Hace unos días hemos celebrado en Madrid el Congreso nacional de Vocaciones. Juntos nos pusimos a la escucha del Señor, para profundizar en la pregunta que el Papa Francisco nos hace en su Exhortación Christus Vivit (n. 286): “¿Para quién soy yo?”. Nos preocupa la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Pero sobre todo nos preocupa que la existencia no se entienda y viva como vocación. Esto ocurre en todos los ámbitos sociales. Está en crisis entender la vida como vocación, y con ello la comprensión de lo que somos. La cultura actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios, donde cada cual opta o elige un camino según sus propios deseos. Esto ocurre también en la Iglesia al plantear el futuro de niños y jóvenes.
El Congreso ha mostrado que una comprensión creyente de la persona nos descubre que todos recibimos de Dios una vocación y una misión. “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” (Gn 1,27). Dios, que es amor (1Jn 4,16), nos crea por amor a su imagen y semejanza. Nuestra identidad más profunda es que Dios llama a cada uno a la vida por amor para una existencia plena y dichosa en el amor. Este es nuestro origen y nuestro destino en el plan de Dios: somos llamados a la existencia por amor, para amar y ser amados, y llegar así a la plenitud del amor de Dios en vida la eterna. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.
La vocación es un don que se recibe y se entrega. Toda vocación nace en Dios y es una llamada para donarse a los demás. La vocación no es una elección personal basada en intereses propios, sino un don gratuito que ha de acogerse con agradecimiento y vivirse como respuesta agradecida al amor de Dios y no como conquista personal. Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. La vocación se descubre en la amistad con Jesús. ”Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). Esta amistad nos define como cristianos, transforma nuestra vida y nos impulsa a vivir en comunión de amor con Dios para los demás. Esta amistad se cultiva especialmente en la oración. Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar la amistad con Cristo y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana.
En la Iglesia hay y conviven diversas vocaciones: la sacerdotal, la consagrada, la laical y la matrimonial, cada una con su riqueza y especificidad, al servicio de las demás. Cada vocación contribuye a la misión común de extender el Reino de Dios. Todos hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad, cada uno según su propia vocación y misión.