Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
El próximo miércoles, 25 de marzo, celebramos la Encarnación del Señor. En este día recordamos la plena disponibilidad de María, que acogió de una forma generosa la vida de Dios como un don. Celebrar esta apertura de corazón de la Virgen al designio divino nos mueve a imitarla para acoger, celebrar y comunicar al mundo la alegría del Evangelio y promover una cultura de la vida. Por ello, en toda la Iglesia en España celebramos en este día la Jornada por la vida, que este año tiene por lema Sembradores de esperanza.
Este lema está tomado del documento de la Conferencia Episcopal “Sembradores de esperanza: acoger, proteger y acompañar las etapas finales de esta vida”; en él se nos invita a reconocer con profundo asombro el don de la vida y a testimoniar la esperanza de la vida eterna cuidando con esmero y cariño a los enfermos que se acercan al final de su vida terrena. Recomiendo el estudio de este documento. Su lectura y reflexión nos harán mucho bien a todos, al bien común y a la cultura de la vida; y abrirá caminos para la esperanza a muchas personas, en especial, a los enfermos y sus familias, a los médicos y sanitarios.
Más allá del motivo concreto del documento -las iniciativas legislativas sobre la eutanasia y el suicidio asistido- la atroz pandemia del coronavirus lo hace más actual, si cabe, cuando tantas personas han fallecido y cuando la salud y la vida de tantas personas están en peligro. El Covid-19 está poniendo en jaque nuestra sanidad, la economía, la política, las escuelas y universidades, y nuestra vida ordinaria. Es como si, de pronto, nos hubieran quitado el suelo bajo los pies. Y a todos nos entra una cierta dosis de incertidumbre, de preocupación, de angustia y de miedo. Nos invade la pregunta ¿qué tenemos que hacer?
Todos debemos ser responsables y seguir las normas e indicaciones de nuestras autoridades para evitar la expansión del virus. Juntos lo podemos vencer. Esta situación nos apremia además a vivir la caridad ofreciendo nuestra ayuda, cercanía y solidaridad a las personas contagiadas, a los mayores, a los más vulnerables, a los sanitarios y a todos lo que cuidan de nosotros. Y esta pandemia nos abre la oportunidad de poner sobre todo nuestra mirada en Dios, que nunca nos abandona. Pidamos con insistencia a Dios misericordioso que nos libre de esta pandemia. Sabemos bien de Quien nos hemos fiado. Jesús está con nosotros, sufre con nuestros sufrimientos, él cuida de nosotros. Y es más: Dios no nos abandona nunca, ni tan siquiera en la muerte: Jesús ha muerto y resucitado para que él tengamos vida, y vida en plenitud. Nuestra vida terrena es frágil y limitada; no es eterna. Hemos de cuidarla con todas nuestras fuerzas y nuestros medios. Pero sabemos que al final del camino nos encontraremos con el Dios que nos ama. Seamos cuidadores de la vida y promotores de esperanza.