Esta semana, además de las lluvias que han caído del cielo tras muchos meses de sequía, ha continuado la lluvia de reconocimientos que acumula la Huerta de Valencia. Nada más y nada menos la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha entregado a la Huerta de Valencia, junto a otros parajes singulares, el certificado como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM).
Es un motivo de satisfacción recibir el máximo reconocimiento de la FAO, que se suma a otros homenajes, apoyos y buenas palabras. Es importante que los agricultores de la Huerta de Valencia se sientan valorados por la contribución económica, social y ambiental que generan. Que les digan que saben regar, mimar el suelo y producir alimentos con las máximas garantías de trazabilidad, calidad, frescura y respeto al medioambiente. Y que, gracias a ellos, y solo a ellos, este magnífico paisaje sigue vivo.
El problema es que sólo de reconocimientos no se vive, no se come. Además de los aplausos, las palmaditas en la espalda y los diplomas, los agricultores necesitan medidas complementarias que se traduzcan en precios dignos.
La Ley de la Huerta de Valencia, diseñada por el Botànic con una perspectiva absolutamente paisajística, naufraga y ahoga al agricultor. Desde que se constituyó el ente gestor de la Huerta de Valencia y a pesar de que todos los años se dota a esta entidad de fondos públicos para implementar el Plan de Desarrollo Agrario de la Huerta de Valencia, la situación de los agricultores es manifiestamente mejorable.
Hasta el momento se han regulado y establecido todas las limitaciones, restricciones y obligaciones de la Ley pero, en cambio, no ha llegado la compensación prometida, adecuada y necesaria para mejorar la rentabilidad de los productores de la Huerta de Valencia, como tampoco se ha puesto en marcha aún una marca de calidad que permita diferenciar la producción cultivada en este paraje singular.
Así que, enhorabuena por el nuevo reconocimiento de la FAO, y a ver cuándo llega la hora buena en la que los políticos trabajen de verdad para preservar la Huerta de Valencia y a sus agricultores, que son las personas que la hacen posible.