Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón
Cada año el mes de Junio está dedicado especialmente al Sagrado Corazón de Jesús. Este año al cumplirse el centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús por el Rey Alfonso XIII, tendrá lugar en el Cerro de Ángeles, en Getafe, la renovación de esta consagración. Es bueno que nos detengamos brevemente en el significado de la devoción y de la consagración al Corazón de Jesús.
Esta devoción es como la síntesis de la fe y vida cristiana. La palabra ‘corazón’, en la sagrada Escritura -y en nuestro lenguaje-, designa no sólo el órgano fisiológico, sino sobre todo el centro de la persona: el punto donde confluyen los pensamientos, los sentimientos, los afectos y las motivaciones más profundas de una persona. Y el corazón es símbolo del amor. Cuando hablamos del Corazón de Jesús nos referimos a lo más íntimo de su ser, a lo que le mueve en todo momento, a sus sentimientos y sobre todo a su amor, que es divino y humano al mismo tiempo. En ese Corazón habita el Amor infinito de la Trinidad Santa. Y este Corazón se ha dejado traspasar para que experimentemos cómo sus heridas nos han curado (1 Pe 2, 24).
En el Corazón de Jesús se nos revela la intimidad más profunda de Dios, que es amor misericordioso. En él “resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo” (Francisco, Homilía del 03.06.2016). El Corazón de Jesús nos muestra que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin límites; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que nos cura, sana y hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama “hasta el extremo” (Jn 13,1); está inclinado hacia nosotros, en especial hacía el alejado de este amor por la indiferencia o el pecado; es un amor que desea llegar a todos y no perder a nadie.
Todo el ser de Jesús, Dios y hombre, arde de amor hacia el ser humano. Dios se ha hecho hombre por amor a todos los hombres, se ha abajado hasta nosotros para que podamos contemplar y experimentar su amor. Toda la persona y vida de Jesús, sus gestos, sus miradas, sus palabras y sus sentimientos muestran el amor misericordioso de Dios. Al Corazón traspasado de Jesús debemos mirar y recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y experimentar a fondo su amor y su misericordia. Ahí podemos comprender mejor lo que significa conocer en Jesús el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente desde la experiencia de su amor, para dejarnos transformar por él y para poder llevarlo a los demás.
En palabras de san Juan Pablo II, “junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo” (Carta de Juan Pablo II del 05.10.1986). La principal necesidad de todo hombre está en encontrar un amor que dé un sentido pleno a su existencia: el ser humano, el hombre y la mujer, están hechos para amar y para ser amados. El amor misericordioso de Dios nos enseña el valor de cada hombre y mujer. El Corazón de Jesús se nos ofrece como fuente del amor misericordioso, donde podemos curar nuestra afectividad, enderezar nuestra voluntad y encontrar el estímulo para amar a nuestro prójimo. Además nuestra tarea evangelizadora se resume en llevar a todos al Corazón de Cristo, revelación y fuente del Amor de Dios, y motor de transformación de nuestro mundo.
Por todo ello, con los Obispos de Getafe en su carta pastoral, entendemos “la renovación de la consagración como un acto de piedad de los fieles católicos en España que desean responder a las exigencias evangelizadoras del momento presente haciendo a todos partícipes del Amor de Dios que se nos ha revelado en el Corazón del Hijo de Dios hecho hombre. La consagración no es, pues, un acto de reivindicación de una situación sociopolítica del pasado, sino un ejercicio de devoción mediante el cual confiamos la realidad de nuestra patria –sus miembros, familias, pueblos e instituciones- al Corazón de Jesús, pues a todos queremos que llegue el amor de Dios”.