Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
El tema del final de la vida humana está en el primer plano de la actualidad. Es sabido que el Parlamento está tramitando la ley de la eutanasia y el suicidio asistido.
En este contexto, la Santa Sede acaba publicar el documento Samaritanus bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. En él se tratan los principales temas relacionados con el cuidado que debemos ofrecer a los enfermos incurables para que tengan de verdad una muerte conforme a su dignidad humana. Su lectura ayudará a formar nuestra conciencia moral y, también en su misión, a cuantos están en contacto con enfermos en las fases críticas y terminales de su vida: familiares, personal sanitario y agentes de pastoral.
La eutanasia es un crimen contra la vida humana, una grave violación de la ley de Dios y un atentado a la dignidad de la persona; es siempre una forma de homicidio, pues implica que una persona da muerte a otra. Toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave contra la vida humana. Cosa distinta son la administración adecuada de calmantes o la renuncia a terapias desproporcionadas.
En la eutanasia está en juego la dignidad de la persona y de su vida. La vida nos ha sido dada: es un don sagrado e inviolable. No se puede hacer lo que se quiera con ella, con la propia y con la ajena; ha de ser acogida, respetada y protegida por todos, incluido el Estado, hasta su muerte natural. Tampoco una mayoría de votos legitima para disponer de la vida de las personas. Las leyes que la legalizan son gravemente injustas. Nadie es dueño de la vida humana, ni existe un supuesto derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida.
No siempre se puede garantizar la curación, pero a los enfermos debemos y podemos cuidarlos siempre: sin acortar su vida y sin ensañarnos inútilmente. En condiciones críticas o terminales hemos de administrarles siempre los cuidados básicos de la alimentación e hidratación. Y además hemos de apostar por los cuidados paliativos, cuyo objetivo es aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad y asegurar al paciente un adecuado acompañamiento humano, afectivo y espiritual; son un instrumento precioso e irrenunciable para acompañar al paciente en estas fases de la enfermedad; son la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado de estos enfermos. La vida humana es digna siempre; tiene su origen y destino en Dios.