Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Este domingo celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y por ello también la Jornada de la familia. En la familia de Nazaret, Jesús fue acogido, nació y fue protegido; en ella creció Jesús y se preparó para su misión; su madre, María, lo acompañó también en el dolor de la muerte en el Gólgota. La familia de Nazaret nos enseña a todos, y en particular a las familias cristianas, que toda vida humana ha de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada en todo momento por la familia, en particular cuando es más vulnerable: al inicio, en la discapacidad, en la enfermedad, en el dolor y en la muerte.
Toda vida humana tiene un valor y una dignidad inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. Esta afirmación no es exclusiva de los católicos y otros creyentes. Es algo que se descubre por la sola razón, como recuerda el papa Francisco. Si además lo miramos desde la fe, toda violación de la dignidad personal del ser humano es una grave ofensa a Dios, Creador del hombre (cf. EG 213).
El rechazo de la eutanasia no es algo confesional. El Comité de Bioética de España -adscrito al Ministerio de Sanidad- en un Informe de 20 de octubre pasado aprobado por unanimidad rechaza la ley de eutanasia y que se considere la eutanasia como un derecho; y no lo hace por razones religiosas. En él se puede leer: “existen sólidas razones para rechazar la transformación de la eutanasia y/o auxilio al suicidio en un derecho subjetivo y en una prestación pública. Y ello no solo por razones del contexto social y sanitario, sino, más allá, por razones de fundamentación ética de la vida, dignidad y autonomía” (p. 73).
Ya la actual legislación regula algunos medios para los casos de gran sufrimiento físico y/o psíquico que conducen a evitar los dolores y procurar una muerte en paz, sin tener que acudir a la eutanasia. Estos medios son: la sedación paliativa y la limitación del esfuerzo terapéutico. Además están los cuidados paliativos de los que hay un enorme déficit y por el que claman con insistencia los médicos; unos cuidados que tienden a mejorar la calidad de vida del paciente que se enfrenta a una enfermedad terminal para acompañarle con cercanía y dignificar el final de su vida terrenal de modo que pueda así morir en paz. Todas ellas son actuaciones ética y legalmente correctas.
Todos, en particular la familia, hemos de cuidar a los más vulnerables, débiles o marginados. Rechazar la ley de eutanasia no es una intromisión indebida en el debate político; es trabajar por el bien de los afectados y de toda la sociedad.