Hace algunos años recuerdo que cada vez que llegaba como director a un nuevo centro de trabajo, antes de que mi predecesor se marchara, siempre dedicábamos un tiempo al traspaso de poderes. Y dentro de la lista de temas a revisarsiempre hacíamos un alto en el tema del “personal”. Concretamente,¿cómo eran los empleados? Al fin y al cabo, su experiencia previa trabajando con ellos, podría ser una ventaja competitiva en mi nueva etapa (o quizás no).
Durante más de dos décadas trabajé en Alicante, Elche, Castellón, Valencia, Madrid, Málaga, Vitoria, Royaumont (Francia) y Düsseldorf (Alemania) y siempre llegué a la misma conclusión: las percepciones de otros al respecto como era un empleado, no siempre coincidían con mi valoración personal al tratarlos.
Específicamente, en más del 50% de las ocasiones cuando alguien me “catalogaba”a una persona como de mal trabajador, poco comprometido o incluso de conflictivo, se equivocaba. Y se equivocaba, principalmente porque mi relación profesional con él o ella no empezaba contaminada por muchos de los sesgos y prejuiciosque hay en las organizaciones. Yo siempre afrontaba cada nuevo reto profesional, con una mirada limpia e incluso una discriminación positiva hacia él o ella.
Pero no fue hasta años más tarde, cuando entendí que a esto se le conoce como “efecto Pigmalión”, “profecía autocumplida” o “efecto Rosenthal”, y que es un fenómeno conocido en el campo de la psicología, por el cual las expectativas que tenemos al respecto los resultados de una persona, pueden afectar a los mismos.
Y es que este fenómeno que se descubrió en el mundo educativo en la relación entre el profesor y el alumno y su influencia en las calificaciones de este último, también sucede en el mundo empresarial. De hecho una de las actividades que realizo cuando llego a una empresa y hablo con su dirección es que escriban en un papel el nombre de todos sus trabajadores. Posteriormente les pido que al lado de cada uno, anoten el porcentaje del tiempo que les dedican, teniendo en cuenta que la suma de todos debe ser igual a 100. Luego listamos los nombres de estas personas de menor a mayor tiempo invertido y …
¿sabes lo mejor?
En un elevado porcentaje, aquellos empleados que están en la parte alta, coinciden prácticamente con los que tienen la etiqueta de “malos empleados”. Y es que nuestros pensamientos condicionan nuestros sentimientos hacia los demás y sobre todo como nos comportamos. Solemos dedicar más tiempo a los supuestamente mejores y aquellos que piensan como nosotros. Cuando como líderes, debiéramos dedicar tiempo allí donde más lo necesita nuestro equipo.
Por eso: “Dime que piensas de tus trabajadores y te diré que resultados puedes esperar de ellos”. El efecto Pigmalión aplicado al trabajo, puede significar que un empleado mejore su rendimiento, si cambiamos la mirada hacia él y por supuesto nuestra forma de gestionar y dirigir hasta ese momento.
Gracias por leerme una vez más y espero que sigamos viajando juntos al éxito.