Galicia es una pequeña autonomía, nada que ver con las extensas regiones de las dos Castillas, Andalucía, Cataluña , Valencia o Aragón; con escasa población muy distante a muchas de la autonomías mencionadas o sobre todo a Madrid.
Sin embargo el voto de los 2.7 millones de gallegos fue seguido con enorme expectación en toda España conscientes de que el resultado de las elecciones de ayer iban a tener una gran influencia tanto para redefinir la figura de Feijóo como para reforzar la maniobra destructora de una nueva autonomía tras los pactos acordados por el PSOE en Cataluña, el País Vasco y Navarra.
El muro de Sánchez siguió construyéndose ayer con el auge del BNG. Pero lo hizo a costa del propio sanchismo que se está inmolando en todos los rincones de España en beneficio de partidos separatistas. A medio y largo plazo esto puede derivar en la mismísima desaparición del partido socialista como ha ocurrido en países tan importantes como Francia, Grecia e Italia.
A la par, ello conllevaría el reforzamiento de los partidos separatistas lo que no es en absoluto una buena noticia ni un escenario tranquilizador.
Hay quienes piensan que el modelo bipartidista de raigambre estadounidense, es el más conveniente para España, con objeto de borrar la presencia de formaciones dispersas del tipo de Sumar, Podemos y las regionalistas. Otros estiman que la desaparición del PSOE no sería tan grave ya que sin aquel aglutinante, los partidos dispersos nunca lograrían formar una mayoría y ello garantizaría gobiernos permanentes de derechas, lo que tampoco es lo deseable. La alternancia en el poder es garantía de estabilidad democrática.
Ayer se celebraron elecciones anticipadas en Galicia. Alfonso Rueda estimó que el barullo armado a raíz de la ley de Amnistía, debería ser aclarado en las urnas y seis meses de lo que correspondía, convocó elecciones.
En ese tiempo, la izquierda nacional y los independentistas -es decir, el PSOE, Sumar, Podemos y el BNG- se movilizaron para intentar desacreditar a Rueda ya fuera con los pallets vertidos en el Atlántico o con desafortunadas declaraciones sobre la amnistía pronunciadas por Feijóo.
Nada consiguió inmutar al inteligente votante gallego. El PSOE que parecía más interesado en apuntalar a la candidata del BNG que al suyo propio, se hundió cayendo a un tercer puesto con tan solo nueve escaños. Sumar, que jugaba en casa de su presidenta Yolanda Diaz y de su portavoz, Marta Lois fueron rotundamente repelidas en las urnas. No es que perdieran a pesar de ser ambas gallegas sino que perdieron precisamente por ser gallegas; en su tierra conocen muy bien sus limitaciones y no las necesitan en absoluto. La ruptura vengativa de Podemos no sirvió de nada y su candidata, la desconocida Isabel Feraldo no logro ni un escaño.
Las elecciones gallegas se dibujaban de forma ambigua. Si el PP las hubiera perdido, la lectura hubiera sido hecha a escala nacional y el derrotado habría sido Feijóo y no Rueda. La victoria del PP, por el contrario intentará ser interpretada desde la izquierda como un fenómeno local, propio de una sociedad clientelar que poco tiene que ver con el resto de España.
Lo cierto es, sin embargo, que si había alguna duda sobre el liderazgo de Feijóo, ahora queda aun más claro: venció cuatro veces en su tierra gallega y repitió victoria a escala nacional en mayo y julio. Fueron las trampas de Sánchez, dispuesto a pactar con partidos inconstitucionales lo que impidieron a Feijóo acceder a la presidencia del gobierno.
Cuando el sanchismo desaparezca, España tendrá que iniciar un penoso proceso de reconquista que quizá deba comenzar por la recuperación del PSOE lejos hoy de la inspiración socialdemócrata que lo animó. Pero a continuación, y a la manera de los viejos tiempos, sera necesario reconquistar Cataluña, el País Vasco, Navarra y la propia Galicia. Los 25 escaños alcanzados por el BNG, seis más que en las elecciones anteriores, muestran el riesgo de una formación estalinista, separatistas, deseosa de dar exclusividad al idioma gallego en detrimento del español, de crear de unas fuerzas del orden sin contar con la Guardia Civil ni con la Policía Nacional y con un sistema judicial propio. Por encima de todo, será necesario revisar la ley electoral que está permitiendo que los siete votos de un fugado de la justicia decidan el destino de España.
Aun no hemos salido de unas elecciones y ya estamos preparando las próximas, las europeas. BNG, ERC y BILDU quieren competir juntos. Quizá sea el momento de escenificar la desaparición de una serie de partidos declinantes. Me resisto a citar ninguno pero ellos saben mejor que nadie, quienes están al borde del abismo.