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domingo, 2 de febrero de 2025 | Última actualización: 13:43

En la Jornada Mundial de la vida consagrada

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Este Domingo, dos de febrero, es la fiesta de la Presentación del Señor. Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José para ser ofrecido y consagrado a Dios. Recordando la consagración de Jesús en el Templo celebramos en este día la Jornada Mundial de la vida consagrada. Las monjas y los monjes de vida contemplativa, los religiosos y las religiosas de vida activa, las vírgenes y todas las personas consagradas que viven en el mundo, todos ellos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios a seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, se han consagrado a Él y han entregado su vida al servicio de la misión de la Iglesia para el bien de la humanidad. Son signo visible de la presencia de Dios en medio de nosotros.

En sintonía con el Año Jubilar, el lema de este año es “Peregrinos y sembradores de esperanza”. Se pide a las personas consagradas caminar con esperanza y sembrar esperanza. Las dificultades actuales de la vida consagrada como la falta de vocaciones, el envejecimiento, el cierre de conventos y de obras educativas, caritativas y apostólicas podrían llevar a la tristeza o al desaliento de cara al futuro. Es precisamente en esta situación donde suena la llamada a caminar con la esperanza, que brota de la fe confiada en el Señor de la historia. Jesús nos sigue diciendo  “No ten­gáis miedo. Confiad en mi”.

De otro lado, con frecuencia encontramos a personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo. Hay quienes han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro, enfermos y ancianos abandonados, encarcelados desesperanzados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida y sedientos de lo divino. En estas situaciones, las personas consagradas están llamadas a sembrar esperanza, a poner signos tangibles de la esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Esta esperanza tiene su fundamento en Cristo Jesús, nuestra esperanza. Él es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, conscientes de que nos asiste el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros.

Unidos a Cristo y con Cristo en su Iglesia, los consagrados han de llevar esperanza a quienes la han perdido o mantenerla viva en donde se apaga. Llevar la esperanza hasta las fronteras, donde no llega nadie. Llevarla con libertad y disponibilidad, con amor y con ternura, con paciencia y perseverancia. Ser signo de esperanza es también crear relaciones fraternas en la propia comunidad, siendo fermento de fraternidad en medio de una sociedad fracturada, individualista y egoísta.