Jorge Fuentes. Embajador de España.
Perdónenme si empiezo esta columna hablando de experiencias personales. Caigo en la cuenta de que recurro a mis recuerdos con mucha frecuencia y es que en realidad memoria y reflexión están muy vinculadas de modo que se reflexiona sobre la base de los hechos que uno ha vivido y almacenado en su subconsciente; por ello casi todo lo que uno escribe, incluso la ficción, tiene una gran dosis autobiográfica.
Comprobaran ustedes que ilustro esta Opinión con dos fotografías que me permito comentar. En la primera, mi mujer y yo lucimos nuestras galas el 12 de Octubre de 2010 al finalizar la celebración de la última Fiesta Nacional que ofrecíamos como Embajadores de España, antes de mi jubilación. La sonrisa de circunstancias que mostramos apenas permite encubrir el cansancio tras haber estrechado más de dos mil manos, mil de entrada y otras tantas de despedida.
La segunda foto refleja el ambiente de la plaza de Colon de Madrid en los momentos previos al comienzo del desfile militar el 12/10/2003. Los Reyes acaban de llegar a bordo del Rolls Royce y saludan a las autoridades de rigor. Tome la foto desde el palco diplomático emplazado justo enfrente del área reservada a las personalidades que no tenían cabida en la tribuna de honor en la que en aquellos tiempos se instalaba la amplia familia real y los miembros del gobierno presidido entonces por Aznar.
Tenía yo justo enfrente de mí, del otro lado de la Castellana, al líder de la oposición, Rodríguez Zapatero. Fue aquel el año en que el futuro ZP no se incorporaría al paso de la bandera norteamericana y aquello dio comienzo a una crisis en las relaciones entre Madrid y Washington que duraría hasta, por lo menos, la llegada de Obama a la Casa Blanca. Eran aquellos los tiempos en que el centro neurálgico del desfile se encontraba en Colon y no en Neptuno y en que no se reparaba en gastos para celebrar la Fiesta Nacional.
No necesito decirles que, por devoción más que por obligación, siempre he celebrado nuestra Fiesta con emoción y respeto. También lo he hecho este año, con un buen cava en la mano, cómodamente apoltronado frente al televisor que es donde mejor se ven estos acontecimientos. Otros tres millones de compatriotas hicieron lo propio.
La ceremonia resulto preciosa y ello a pesar de los recortes presupuestarios que obligaron al Ministerio de Defensa a ceñirse a 800.000€ de gasto frente a los dos millones y medio que se gastó en 2011.
El acto discurrió con armonía y emoción, sin pitadas ni malos gestos. Los tres ejércitos lucieron a cada cual más; el recuerdo a los caídos fue conmovedor; los guardiaciviles, los legionarios, los regulares, la guardia real a caballo, la aviación mostraron el nivel de disciplina y profesionalidad que corresponde al gran país que es España.
Y sin embargo, como era de esperar hubo no pocos que con sus intolerables insultos o con su ausencia despectiva cuestionaron cuanto allí celebrábamos. Las críticas se centraron en dos aspectos:
1-Lo inapropiado de festejar el descubrimiento de América, que algunos consideran como el principio de un gran genocidio. Craso error ya que pese al ciertamente elevado número de víctimas que la conquista americana conllevo, la población indígena autóctona se mantuvo numerosísima a día de hoy, mestizándose gran parte de ella con los llegados de España.
Es bien cierto que el 12-O no fue siempre la fecha escogida para celebrar la Fiesta de España. Recuerden que hasta 1975, tal fecha fue el 18 de Julio, día del Alzamiento Nacional. Al llegar la democracia esta última fecha se vio tachada del calendario y tras algunas reflexiones se llegó a la conclusión que la mayor gesta llevada a cabo por España a lo largo de su Historia fue el Descubrimiento de América. Querer cuestionar este punto es típico de nuestro país que todo tiene que repensarlo buscando el quinto pie del gato.
2-La militarización de nuestra Fiesta. Esta objeción tiene algo más de sentido ya que todo lo civil queda prácticamente excluido de la celebración. Reconozcamos, sin embargo, que no sería fácil montar una ceremonia con la solemnidad requerida, que tuviera otra naturaleza. Imaginen ustedes las alternativas: una procesión de tipo religioso, una parada festiva tipo la cabalgata de los Reyes Magos o del orgullo gay. O piensen en un desfile que organizáramos los funcionarios civiles del Estado, o los sindicatos, o el gremio de los basureros, de los agricultores o de los maestros.
Decididamente, el Ejercito, brillante y disciplinado, es el que mejor luce en estas ocasiones. Debemos sentirnos orgullos de él, de los 12.000 soldados que actualmente desempeñan misiones en 11 países, de los 3000 que desfilaron disciplinadamente en el Paseo del Prado, hombres y mujeres que son una garantía de la indisoluble unidad de España.