Se están perdiendo a un ritmo vertiginoso y sin que la mayoría seamos conscientes de ello, los valores que nos habían permitido situarnos entre las sociedades más modernas y desarrolladas de Europa.
El concepto de la familia tradicional, ha evolucionado hasta lo increíble y hoy existen tantos entes sustitutivos de la familia, como pueden ser las familias monoparentales, las pluriparentales en las que conviven más mal que bien, los hijos de unos y otros, soportándose evidentemente de la mejor manera posible, para que los niños, adolescentes o jóvenes de los más diferentes perfiles, no vivan traumatizados.
Para que así sea y no aparezcan tensiones insuperables, se va relajando la exigencia de unos a otros e incluso la auto exigencia, así como el respeto y obediencia debida a los mayores o más capacitados para fijar unas normas de convivencia sensatas.
No hay día, que no aparezcan en los medios de comunicación, la fuga de menores causando como mínimo un trauma importante en el seno familiar inmediato e incluso entre todos sus allegados.
A los pocos días se nos dice que han aparecido sus cuerpos en esos basureros en los que se concentran toneladas de desperdicios orgánicos e inorgánicos, o en bosques alejados de los cascos urbanos
Suelen ser adolescentes con frustraciones, que por no disponer de toda la libertad que ellos consideran imprescindible para su felicidad, equivocan sus caminos.
No son autosuficientes, aunque se consideren capaces para serlo y por eso muchas veces caen en manos de redes de maleantes despiadados, que les desvían de la senda correcta y en el mejor de los casos, pueden acabar en Centros de Acogida de las diferentes Administraciones Públicas, de los que acaban escapando también.
No soportan las normas disciplinarias imprescindibles, para convivir con otros jóvenes con sus mismos problemas y al final lo que se hizo en origen para ser la solución de sus problemas, acaba siendo un problema más de una sociedad que no sabe cómo abordar tantas dificultades, pese a los millones dedicados a ese fin.
Esta columna podría alargarla todo lo que quisiera, pero en esencia, creo haber expuesto claramente la raíz de un problema que se ha enquistado y crece día a día por no haber encontrado soluciones válidas.
No hay ninguna medicina única, capaz de curar esta enfermedad social que nos aqueja, pero al menos tengo la obligación moral de denunciarla por si con ello, se da una resonancia mediática suficiente, para que las Instituciones Públicas, locales, comarcales, provinciales, regionales o nacionales, tengan conciencia del problema y busquen las soluciones más adecuadas.