Pau Ferrando. Professor d’Història i Geografia. Regidor de Compromís a l’Ajuntament de Benicàssim i Diputat Provincial de Promoció Econòmica i Relacions Internacionals.
“Celebremos la lucidez de quién ve más allá de las circunstancias”
Jose Enrique Ruiz-Domenech
Cuando en 1998 el periodista norteamericano Tom Brokaw, a través de su libro Greatest Generation, comenzó a extender la idea de que había existido una generación de americanos mejor e inigualable que cualquier otro segmento antropológico que jamás haya existido, muchos se apuntaron a esa idea. El concepto comprendía a los nacidos (y nacidas) entre 1901 y 1927, es decir, aquellos norteamericanos que vivieron y sufrieron los efectos de la Gran Depresión, que posibilitaron el New Deal y que lucharon victoriosamente en la Segunda Guerra Mundial. También, por supuesto, los que forjaron el American way of life de la posguerra, iniciando uno de los fenómenos de aculturación más poderosos en la historia de occidente, más importante que la romanización: el desarrollo del estado del bienestar dentro del mundo capitalista.
Era el momento adecuado, el entorno preciso y ciertamente iba a contar (y contó) con un apoyo por tierra, mar y aire de los medios y ambientes conservadores, derrotados dos veces por un joven ex- governador de Arkansas llamado Bill Clinton.
La Gran Generación, exultante de personalidades del cine, literatura, arte y todas las ramas de ciencias sociales, se contraponía a aquellos que habían venido a sustituirles: los americanos de la generación silenciosa (evacuados de Corea) o a los Baby Boomers, perdedores en Vietnam y que desde las universidades de finales de los 60 y 70, habían llevado tímidamente la contracultura a una sociedad americana donde la apariencia a la normalidad, el conservadurismo, el orden y el progreso social de lenta cocción imperaban sobre cualquier cambio brusco que hiciera mover los cimientos de la sociedad americana y, con ello, su insultante supremacía sobre un mundo cada vez más hostil.
Pero será en política donde esta generación cosechará más éxitos. Hasta ocho presidentes (con permiso de Eisenhower, el primero de ellos aunque nacido en 1890) han pertenecido a ella. Ike, Kennedy, Johnson, Nixon, Carter, Reagan y George Bush. Llegando a su cenit en 1984, cuando la administración Reagan, gracias a su aplastante victoria sobre los demócratas de Mondale (525-13) y que abarcaba todos los estados menos Minesota y el Distrito Federal de Washington. Un hecho que convirtió EE.UU en el centro neurálgico del neocon y las políticas neoliberales.
Esta no era una cuestión baladí. En 1992 Francis Fukuyama ya había sentado las bases del revisionismo histórico con el polémico 'End of history and the last man', una obra que sentaba las bases para fijar los procedimientos del control de historia, su orientación y que suponía un alivio para gran parte de las élites económicas occidentales, especialmente aquellas cómplices con regímenes fascitas y totalitarios. Fukuyama se retractaría de esto en la época más histriónica de George Bush jr, pero ya era demasiado tarde. El mal ya estaba hecho.
La santificación de esta generación significaba aceptar el culto a una maneras de ser y sentir que definían América, y a una tradición que debía ser repetida una y otra vez para que el país no perdiera ni un ápice de sus ambiciones de seguir dominando el globo terráqueo, ya sea por la fuerza de las armas, su arrolladora economía o el poder de la convicción de su portentosa propaganda.
La última generación completamente analógica mostrada como ejemplo de las esencias nacionales de cara a afrontar también un nuevo e inesperado desafío: la nueva revolución digital, que amenazaba por cambiar todos los aspectos de la vida cotidiana y, por ende, redefiniría el american way of life para siempre. Pero sobretodo significaría fijar los límites sociopolíticos y morales de una sociedad, negando su posibilidad al cambio estructural. El revisionismo es, sin duda, un relato más para desnaturalizar al ser humano. Pues la principal lección que nos da la historia, es que nada es para siempre.
La Gran Generación cañí.
'E a me che me ne frega?' Podría decir Silvio Berlusconi, máximo adalid de la Europa comunitaria (con perdón de Margaret Thatcher). Y es que Italia jamás tuvo la necesidad de desvincularse de un pasado incomodo, pues la idea del Risorgimento es tan transversal en el relato nacional italiano que todas estas historias les quedan lejanas. Incluso el culto a Mussolini o el relato de la Mafia, sobre los hablaré en otro artículo. En Francia y, especialmente, en Alemania la idea de marcar una generación ejemplar en su historia contemporánea tiene una naturaleza mucho más compleja. Son países que siguen en el intento de fijar este concepto. Francia está sumida de un proceso de multiculturalización sin precedentes, mientras que en el país germánico, el peso de la segunda Guerra Mundial , el holocausto y la Guerra Fría es tan grande, que todavía hoy debemos esperar algunos años para estructurar (si el multiculturalismo no lo impide) un relato histórico semejante. Y que vendrá abanderado por la reunificación de 1990 y el “milagro alemán” de los años 60-80.
Pero 'Spain is different'. Jose María Aznar, Presidente del Gobierno de España (1996-2004) y profesor visitante en Georgetown, una de universidades católicas más importantes de EE.UU, se dio cuenta de las ventajas evidentes que suponía mimetizar el discurso de Brokaw adaptado a la realidad española de su tiempo. Tenía manga ancha, gracias a su arrolladora victoria electoral y a la derecha, por primera vez en democracia, hurgando en las facultades de historia y ciencias sociales con ciertas expectativas de crear un lenguaje histórico-político que forjara un marco infranqueable del periodo democrático reciente, sin que ello sea motivo de vergüenza, dobles lenguajes o explicaciones embarazosas y acientíficas que empezaban a fraguarse desde FAES o otros círculos similares. El revisionismo en España jamás había gozando de una aceptación científica y se trataba solo de publicaciones (muy bien pagadas) de pseudohistoriadores como Pio Moa o Cesar Vidal.
La Great Generation española comprendería a los nacidos entre 1940 y 1965 aproximadamente. Con la Transición Democrática como eje central y la monarquía parlamentaria como dinamo para reconstruir una sociedad y un país que salia de años de dictadura franquista. La personas nacidas en esos años, junto con aquellas anteriores de gran actividad política y otras, entre ellas el propio Aznar, ligeramente posteriores, pero que significarían la continuidad del “espíritu de transición”, melodía pegadiza con tremenda fuerza visual, extendida también por “tierra, mar y aire” por unos medios de comunicación ávidos de construir certezas en un terreno tan fangoso como lo es la realidad española.
El objetivo a alcanzar era claro, redefinir el nacionalismo español a través de diversos ejes: el “patriotismo constitucional”, un término muy exitoso nacido del propio gobierno Aznar; el estado de derecho inapelable, con el control absoluto de la justicia; la economía cautiva con envoltorio liberal, para que los flujos económicos pasen siempre por las mismas manos; el encaje de las diferentes opciones políticas por medio de liderazgos controlados y definidos; y la figura del Rey Juan Carlos I como gran exponente y adalid de esa Gran Generación.
La “izquierda” se sumó al carro de esa historia, no iba a ser menos. Los socialistas, desprovistos del poder político salvo en contados territorios, se apretaban en las universidades, y necesitaban también un relato de la historia reciente donde fueran coprotagonistas y partícipes incluso de un épica que no les correspondía, pero que les beneficiaba. No en vano el PSOE es la mayor estructura clientelar del estado y el partido que mejor se adapta a la geografía física, social y económica de España.
Tenemos entonces la imagen del español/a ejemplar. Hombre/mujer de familia pero con independencia económica. De formación académica diversa, pero con un gran espíritu de sacrificio. Fácilmente adaptable al cambio y un sentido común intachable. Con un sistema político intocable, una constitución indiscutible. Un sistema territorial naturalmente definido. Europeo sin exceso, capitalista sin complejos. Ni siquiera hacía falta renunciar al tópico, ni al exceso, y donde cabía incluso cierto localismo identitario, sin excesos, eso si. La Gran Generación Española era más un concepto de futuro, un modelo a seguir por generaciones posteriores con el fin que el mundo cambiante y la revolución digital jamás arrebatara a la élites hispanas su preeminencia. Un cliché con conciencia de estado. Un proyecto de futuro.
La idea hace aguas.
La Hagiografía de Transición, el relato edulcorado y santificado de una España inevitable, estaba servida. Y con ello, la santificación de sus protagonistas, la Gran Generación española orgullosa de mirarse el ombligo desde la tranquilidad de la bonanza económica y el culto a la nostalgia, con series de máxima audiencia como Cuéntame. se adaptaba a todos... ¿a todos?... No. Las “aldeas galas” se resistían al relato, al menos sin presentar debate. Por una parte el País Vasco, donde imperaba la lucha contra ETA, en sus últimos movimientos. Y Catalunya, aun lejos del procés,que tenia en Jordi Pujol y Duran i Lleida (como lo había sido Miquel Roca) como sus elementos más proclives a un entendimiento. Cabe decir que jamás hubo en Aznar ni en el Partido Popular, ni tan solo en sus semejantes Felipe Gonzalez y PSOE, la más mínima intención de incluirles en los créditos principales. Un error de bulto en cuanto al pragmatismo de la idea, pero al mismo tiempo un acierto de narrativa, pues la política vivía del momento y no aceptaba al más que no fuera inmediatismos interesados. Tampoco entró en el juego la verdadera izquierda transformadora española, desprovista de un plan a largo plazo e inmersa en luchas intestinas que provocaron la salida de la política del posiblemente mejor político español de la transición (o post-transición): Julio Anguita.
Así pues, la idea Aznar de crear ese consenso antropológico español que redefiniera el nacionalismo hispano del siglo XXI empezaba a hacer aguas solamente nacer. Se trató pues de ir echando gente de la “comunidad constitucional” y con ello de la Gran Generación. La manipulación del relato en pro de la praxis política del aznarismo y sus socios necesarios, a los que les venía bien el bipartidismo de alternancia, siempre y cuando personajes de su farsa, como Felipe Gonzalez, Javier Solana, Corcuera o Alfonso Guerra, siguieran teniendo un protagonismo coral en la moral de la política española.
El primer paso fue fácil política, judicial y mediáticamente. Con la Ley de Partidos se prohibió a Herri Batasuna. Su relación directa con ETA era inevitable tal paso. Pero con ello se contradecía el propio espíritu de Transición. Además, esto siguió el fracaso del propio Aznar, envalentonado en Euskadi donde quemó la carrera política de Jaime Mayor Oreja, con el fin de relacionar al PNV con el terrorismo y por ende, sacar al partido democrático conservador más antiguo de la historia española del “patriotismo constitucional”. La vergüenza histórica (y criminal) en la gestión del 11-M acabaría por enterrar las aspiraciones de esta idea en el País Vasco. Los vascos y vascas, en su gran mayoría ya no eran parte de la Gran Generación.
En Catalunya no les iba a venir mejor. El rechazo al 'Estatut', aprobado por mayoría, por inconstitucional, enseñó al PP lo fácil que era usar una institución testimonial como era hasta entonces el Tribunal Constitucional en arma política efectiva, sobretodo si sabían (y lo saben) como mover bien las fichas para colocar enfrente a personajes afines, familiares y/o clientes satisfechos con el patriotismo constitucional. Se convertía este organismo pues, en aquel que definiría quién es y quién no de la Gran Generación y, mejor aun, quienes van a ser sus herederos. Esta práctica sigue vigente y es uno de los mayores peligros de la democracia española a día de hoy.
El 'procés' o el “todo al negro” de la extinta Convergencia i Unió, ha significado un terremoto social que, bien analizado, desvirtúa la consecución de la Gran Generación, tal y como fue ideada en su relato de principios de siglo. La rebelión del gobierno catalán, autoexcluyendose de la constitucionalidad imperante, y la falta de miras políticas de una derecha acorralada por los casos de corrpución,ha significado la opera buffa más grande desde la disolución de las Cortes Franquistas en 1976. Desde la imagen de la chusma aplaudiendo a las fuerzas de seguridad cuando marchaban a reprimir la sedición catalana, hasta el ridículo espantoso de Felipe VI el 3 de Octubre, refrendando una acción política ineficaz, absurda, desmesurada y evidentemente improvisada. Un conjunto de hechos que han acabado de expulsar de la Gran Generación (y de la constitución) a más de la mitad de catalanes. Puesto que las organizaciones civiles que llevaron adelante el procés: Omnium y Assamblea per Catalunya, siempre ha sido dirigida y gestionada por personas pertenecientes a la generación de la que estoy hablando, ergo a la lucha antifranquista y en favor de la democracia. La imagen debidamente contorsionada de los “adoctrinados de la ESO catalana” carece de todo fundamento, lógica, práctica y académica. Pues, ¿quién dirige su vida y su identidad en referencia a los temas de 4rto de ESO? Como docente me sentiría orgulloso tal efecto en los alumnos. ¿Acaso no será más potente la imagen de tus padres y abuelos apaleados por los antidisturbios venidos de Huelva por querer votar en urnas de plástico de los chinos que cualquier soliloquio sobre 1714 en un aula de secundaria? El daño realizado por el discurso de un PP desnortado y por la chusma de ese partido de caraduras llamado Ciudadanos tendrá grandes consecuencias en la historia reciente española. Echar a los catalanes de la Gran Generación y, por ende, del imaginario de la memoria reciente del estado, es un error de difíciles previsiones.
Y llegamos al 15-M. El movimiento social más mayoritario (y fugaz) de la historia reciente española. Por un cuarto de hora, Pablo Iglesias logró disputar el lenguaje político asentado por Aznar a finales de los 90. Un discurso en el que el Psoe nadaba muy bien esperando, de nuevo, su momento. Los conceptos de 'casta' o 'régimen del 78' entraron fulgurantes en escena, fueron muy explicativos y apuntaban hacía la constitución, la monarquía y, como no, hacia la hagiografía de la Gran Generación. Iglesias puso en jaque el establishment, por un brevísimo instante. Pero no supo medir ni el tiempo ni el espacio, así como jamás entendió los sistemas expertos que rigen la sociedad española, y con ello, su fracaso en desmontar el eco, ya no hablamos de la voz. El 15-M fue la respuesta de los universitarios y licenciados a la crisis de 2008, muy ambicioso. Pero en su naturaleza se olvidó de aquellos que no lo eran, ni los son, y fue un error de bulto. Romper con el pasado, terminar de un plumazo con el imaginario colectivo de todo un pueblo sin contar con el propio pueblo fue un error. ¿Donde están los obreros y los trabajadores profesionales dentro de este desafío? ¿Acaso toda la transición fue una estafa? ¿No? ¿que parte de ella no? ¿a quién salvamos? El propio Iglesias enterró, con sus prisas, en cal viva un movimiento social que podría haber estado determinante para sumergir la sociedad española en el siglo XXI. La gente mejor preparada, la sociedad inmersa en la revolución digital. Orgullosos de nuestras conquistas sociales. ¿Acaso la gran Generación no podemos ser nosotros? ¿Podemos vivir siempre en el blanco o negro de la existencia?
Ya por fin, y con ganas de terminar este artículo, que con la pasión se ha convertido en ensayo. Mi intención no ha sido nunca el 'damnatio memoriae' de nuestros mayores, sino más bien al contrario sacar a través de la reflexión, su acción de la artificialidad interesada de unos cuantos, cuyo fin ha sido siempre controlar nuestras vidas y nuestros recursos mediante clichés, patriotismos estériles y manipulando de forma consciente los sentimientos y esperanzas de nuestra población. Humanizar la generación de la transición es respetar su historia pero sobretodo proyectar sus sueños y ambiciones sobre nuestro futuro. Cualquier sociedad puede cambiar, cualquier mal puede ser reparado, pero también cualquier derecho puede ser perdido. Hay que estar atento. Hay que reflexionar sobre el modelo de sociedad que queremos, y sobre la memoria que queremos dejar para las generaciones recientes y futuras, y que estas sean capaces no de predecir el futuro (eso es imposible) sino de tener las herramientas necesarias para afrontar lo imprevisto. Para ello, la historia y su estudio se convierte en un hecho fundamental si no queremos que todo aquello que otros han construido, con sus errores, sus aciertos, sus éxitos y sus fracasos, caiga en saco roto. Desapareciendo con ello una gran parte de nosotros mismos.
Espero que tenga usted un plácido día, como tiene el gran protagonista de la Gran Generación, el ex-rey fugado que engañó a todos y todas, y que vive en estos días en un emirato islamista sin tratado de extradición.
Gracias por su lectura. Buenas noches.