Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Al final del Jubileo de la Misericordia en 2016, el Papa Francisco estableció que en toda la Iglesia se celebrara anualmente la Jornada Mundial de los Pobres. Su objetivo es que “las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”.
El lema para este año son las palabras “a los pobres los tenéis siempre con vosotros” (Mc 14,7). Las pronuncio Jesús en el contexto de una comida en Betania, en casa de un tal Simón, unos días antes de la Pascua. Una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús.
Alguno de los presentes afeó este gesto como un derroche y dijo que “se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres”. El propio Jesús le responde y ayuda a captar el sentido profundo del gesto de esta mujer. Él dijo:
“¡Dejadla! ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo” (Mc 14,6).
“Jesús - comenta el Papa Francisco- sabía que su muerte estaba cercana y vio en ese gesto la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser colocado en el sepulcro. Jesús recuerda así que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer.
Jesús asoció además a esta mujer a la gran misión evangelizadora: «“En verdad os digo que en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio se hablará de lo que esta acaba de hacer conmigo»” (Mc 14,9) (Mensaje para la Jornada de 2021).
Hay un vínculo inseparable entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio. El rostro de Dios que Jesús revela es el de un Padre para los pobres y cercano a ellos: un Padre misericordioso que ofrece esperanza sobre todo a los más pobres. Éstos son además un signo concreto de la presencia de Jesús entre nosotros. Él mismo se identificó con los pobres: con los hambrientos y sedientos, con los forasteros y enfermos. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Olvidarlo equivale a falsificar el Evangelio.
Los pobres nos evangelizan. Nos permiten redescubrir los rasgos más genuinos del rostro del Padre. En sus dolores podemos ver al Cristo sufriente, que nos llama a descubrirle en ellos y a compartir la vida con ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a escucharlos y a recoger la sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. También hoy los pobres están entre nosotros. La pobreza tiene el rostro concreto de mujeres, hombres y niños explotados por el poder y el dinero, por la injusticia social, la codicia de unos pocos y la indiferencia de muchos.