En la víspera de Navidad, el papa Francisco abría la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Comenzaba así el Jubileo ordinario 2025, que está centrado en la esperanza, bajo el lema “Peregrinos de esperanza”. Necesitamos reavivar la esperanza y poner signos de esperanza en un mundo escéptico y pesimista.
Al hablar de esperanza hemos de distinguir entre esperanzas y esperanza. Las esperanzas expresan la tendencia humana por conseguir algo deseado como un bien. A veces no se cumplen y crean desaliento y desasosiego. Y, aun cuando se cumplan, no colman totalmente nuestros anhelos; y se vuelven a programar nuevos proyectos y a aspirar a nuevas cosas. En cambio, la esperanza, en singular, indica el deseo de conseguir el bien total, la plena realización de sí mismo.
De esta esperanza se trata en el Jubileo. A ella se refiere San Pablo cuando escribe que “la esperanza no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). Es la esperanza cristiana. No se basa en la debilidad humana ni en la incertidumbre de los acontecimientos, sino que está garantizada por el amor de Dios, que es eternamente fiel. Por eso no puede fallar. Colma plenamente los anhelos del corazón humano y es tan segura como Dios mismo. Por ella aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como la felicidad plena, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. Esta esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento y dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna.
La esperanza cristiana se basa en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (cf. Rm 8, 39). Él es nuestra esperanza. He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida, también en la obscuridad, en la adversidad, en la enfermedad e, incluso, ante la muerte. Los creyentes en Cristo no estamos libres de situaciones difíciles y oscuras. No obstante, el cristiano permanece firme, ya que pone toda su confianza en Dios, sabiendo que el mal e incluso la muerte no tienen nunca la última palabra. Que el Jubileo sea para todos un momento de encuentro vivo y personal con Cristo. Dejemos que se avive nuestra esperanza, que permite vislumbrar la meta: el encuentro definitivo con el Señor Jesús.