Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
En Pentecostés, Jesús cumple su promesa a sus apóstoles antes de volver al Padre: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos hasta el confín de la tierra”. Recibido el Espíritu Santo, los apóstoles comienzan a proclamar a Jesús muerto y resucitado para la Vida del mundo. Se inicia el tiempo de la Iglesia, que sale a proclamar el Evangelio a toda la creación. La Iglesia existe para llevar el Evangelio a todos los pueblos, es misionera y ha de ser siempre una “Iglesia en salida”.
En la Fiesta de Pentecostés celebramos el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que nos llama a descubrir la riqueza del laicado en la vida del Pueblo de Dios. Esto es muy importante para aplicar en nuestra Diócesis el Congreso Nacional de laicos, celebrado en febrero de 2020. Hay dos cosas que no podemos olvidar en este momento: la sinodalidad y el discernimiento.
Sinodalidad significa caminar juntos. Nos recuerda que todos juntos -pastores, religiosos/as y laicos/as- formamos un único Pueblo de Dios: todos estamos llamados y somos necesarios para llevar juntos a cabo la misión, cada uno según su carisma, vocación y ministerio. Por el bautismo, todos somos discípulos misioneros (EG 120). La sinodalidad pide además vivir la comunión entre Movimientos, Asociaciones y Cofradías, superando prejuicios y exclusiones, así como la comunión de todos ellos y de todas las parroquias con la diócesis. El modelo del camino sinodal de la Iglesia y su alimento cotidiano lo encontramos en la Eucaristía. Desde la comunión con Cristo, sin el cual nada podemos hacer, todos hemos de salir a la misión a las periferias.
La otra actitud permanente debe ser el discernimiento comunitario. Este método implica reconocer-interpretar-elegir juntos; es algo especialmente necesario para que la Iglesia, y por tanto también los laicos, llevemos a cabo la misión evangelizadora hoy, sin quedarnos en bellos propósitos o buenas intenciones. El discernimiento nos permite captar lo que Dios nos dice y nos pide hoy. Discernir no es sólo ver y analizar la realidad; hemos de ser capaces de captar cómo Dios está actuando en la historia y qué nos dice hoy. Dios nos habla en la historia, y en nuestra historia hablamos de Dios. Somos interpelados a descubrir la voz de Dios en el grito cada ser humano que encontramos en nuestro caminar: hemos de preguntar a nuestros conciudadanos qué llevan en su corazón, aprender a escuchar para sanar heridas, y generar espacios de escucha y encuentro para llevar al encuentro salvador con Cristo.