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jueves, 24 de abril de 2025 | Última actualización: 01:03

La aventura de vivir

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Jorge Fuentes. Embajador de España

Los Escobar-Camprubí, joven matrimonio de ejecutivos acaban de fallecer con sus tres hijos menores cuando sobrevolaban Nueva York a bordo de un helicóptero turístico que tuvo un grave fallo mecánico. Cuatro jóvenes perecieron días atrás en los montes de Cantabria cuando se dirigían a una casa de campo en la que iban a pasar unas cortas vacaciones junto a otros cuatro amigos que viajaban en otro coche que alcanzó ileso su destino. Cinco mineros perdieron la vida el 31 de marzo a causa de una deflagración cuando extraían carbón en condiciones irregulares. Dos escaladores sexagenarios se despeñan en los Picos de Europa.

El terremoto de Birmania ha alcanzado ya la cifra provisional de 3.600 víctimas. Los caídos en las guerras de Ucrania y Gaza alcanzan ya cifras inasumibles. Las guerras, las catástrofes naturales, las enfermedades, los accidentes, los suicidios reducen la población mundial de forma alarmante.

Son formas muy diversas de morir y también de vivir. Morir en una guerra es la forma más penosa y estéril de dejar este mundo. Perder la vida cuando se encuentra uno trabajando y, paradójicamente intentando ganarse la vida es algo que debiera evitarse a toda costa.

Morir cuando uno está intentando disfrutar de la vida en sus vacaciones no tiene ni siquiera el lado positivo de haber muerto gozando de la vida. Siempre cabría preguntarse ¿por qué se averió el helicóptero neoyorquino cuando cursaba su sexto vuelo y no el quinto o el séptimo, ¿Por qué se despeñó el primer automóvil en los montes de Cantabria y no el segundo? ¿Y si los dos montañeros hubieran cancelado la expedición a causa de una inoportuna gripe? ¿Por qué quedaron heridos cuatro mineros y otros cinco por el contrario tuvieron que morir?

Las dudas y las preguntas son inevitables en cada caso. La ilusión con que la familia Escobar visitaba la hermosa ciudad de Nueva York, la elección de escoger el recorrer el rio Hudson desde el aire a bordo de un helicóptero como lo hacen miles de turistas cada año. ¿Había riesgo en esa pequeña expedición de 20 minutos? No más que haber recorrido Manhattan en taxi de norte a sur o que volar de Barcelona a Nueva York.

¿Por qué los excursionistas se aventuran a conducir por las montañas en días nebulosos de invierno? ¿O por qué se arriesgan en escaladas cuando ya han cumplido una edad respetable? ¿Y por qué no? La vida es siempre una aventura de cierto riesgo.

Ello se detecta mucho más cuando se encuentra uno en la tercera edad y durante muchas décadas viajó por medio mundo en diversas formas de transporte todas ellas seguras y todas ellas plagadas también de accidentes.

Superar cientos de desplazamientos, de epidemias, enfermedades, gajes del oficio diplomático, revueltas, atentados, robos... Dejando aparte las enfermedades más mortíferas -cáncer, infarto- las muertes que nunca deberían producirse son las laborales. Nadie trabaja por capricho, pero lo mínimo que cabe exigirse es la seguridad en el trabajo. Las guerras deberían verse vetadas. No hay guerra justa y los países deben esforzarse por evitar los conflictos a toda costa.

Las únicas muertes difícilmente evitables son las debidas a causas naturales -terremotos, inundaciones, tsunamis, accidentes de carretera y suicidios-. Un buen control social y clínico podrían reducirlos al máximo, aunque difícilmente reducirlos a cero. La cifra residual inevitable es la tasa que debemos pagar por esa aventura maravillosa que es el vivir.