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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

La dignidad de toda vida humana

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.

Como fruto del Jubileo de la Misericordia, nuestra Diócesis puso en marcha el “Proyecto sí a la vida, Hogar de Nazaret”. Su fin es acompañar a adolescentes embarazadas y ayudarles en la acogida de la vida que llevan en su seno.

El derecho a la vida es un derecho, que corresponde a todo ser humano; es su primer derecho, condición para todos los demás. La vida de todo ser humano, en cualquier fase de su desarrollo, desde su fecundación hasta su muerte natural es inviolable. El respeto y la defensa de toda vida humana es la primera expresión de la dignidad inviolable de toda persona. Toda vida humana siempre ha de ser acogida y protegida por todos. Las cosas tienen un precio, pero las personas tienen una dignidad que no tiene precio.

Es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y ayudar a quienquiera que se encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone ni se descarte a las personas más vulnerables y más pobres: enfermos incurables, discapacitados, ancianos, niños no nacidos.

Ante la ‘cultura de la muerte’ y la actual mentalidad utilitarista, que propugnan descartar seres humanos, si son física o socialmente más débiles e improductivos, nuestra respuesta es un ‘sí’ decidido y sin titubeos a la vida. La vida de todo ser humano es un bien en sí mismo. En el ser humano frágil los cristianos estamos invitados a reconocer el rostro de Cristo. Cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, cada enfermo, cada discapacitado y cada anciano, aunque esté enfermo o al final de sus días, lleva en sí el rostro de Cristo. No nos pueden ser indiferentes ni pueden ser marginados o descartados. Los cristianos estamos llamados a ser testigos y difusores de la cultura de la vida humana frente a los desafíos de nuestro tiempo. Cada vida es un don de Dios y una responsabilidad nuestra. El futuro de la humanidad de nuestra sociedad depende del modo en que sepamos responder a estos desafíos. Esto no sólo requiere palabras sino también hechos; y pide conquistar espacio en el corazón de los hombres y en la conciencia de la sociedad.