No es que las noticias que circulan desde hace varias semanas sean banales. El calor, aunque en España aprieta cada verano, en el actual se está pasando de la raya y ha causado más de 2100 víctimas contabilizando solo el mes de julio. El pánico respecto a la utilización del gas y la electricidad que está provocando decisiones gubernamentales tan inteligentes como quitarnos las corbatas -pronto iremos en guayabera como en Cuba o en Filipinas- o graduar la calefacción a 19 grados o el aire acondicionado a 27. Es posible que los españoles tengamos que cumplir esas 'normas sanchistas' no tanto por ayudar a reducir el consumo de gas en un 7% tal como nos hemos comprometido con Bruselas, sino porque nuestros bolsillos no podrán permitirse pagar las facturas derivadas de tener la casa fría en verano y caliente en invierno.
Los pinchazos a las jóvenes, con o sin jeringuilla, con o sin consecuencias es una lacra que dice bien poco respecto al nivel de nuestra juventud, una vergüenza que por cierto está siendo imitada en la vecina Francia.
Y luego están los turistas que a bordo de otros millones de automóviles, recorren todo el país. Aunque en su mayoría son españoles, sus euros son igualmente bienvenidos en los hoteles o en todos los establecimientos turísticos, que si procedieran de bolsillos foráneos, aunque para la balanza de pagos haya sus diferencias. Habrá que ver a fin de temporada si alcanzamos los 85 millones de turistas de 2019.
Y todo ello sin hablar de la inflación al 12%, la stagflación y la posible recesión.
Insisto en que siendo todo ello muy importante, no consiguen ni juntos ni por separado inspirar mi columna semanal, porque sigo aferrado a lo que en este momento me parece fundamental y sin embargo corre el riesgo de caer sobre ella, la fatiga informativa: la guerra de Putin, que parecía iba a durar días y lleva ya más de cinco meses.
Las atrocidades de Putin crecen día a día. Si tras la absorción de Crimea y las refriegas de Donbas en 2014 Rusia había ocupado el 10% del territorio ucraniano, hoy pese a la heroica resistencia de este pueblo, Rusia se ha adueñado ya de más del 20% del país, incluida buena parte de la costa de los mares Negro y Azov.
Las bajas de ambos ejércitos están niveladas pero teniendo en cuenta la superioridad numérica rusa, sus muertos son porcentualmente muy menores. Y es que la guerra es completamente desequilibrada ya que mientras Rusia invade y destruye Ucrania, este país no osa cruzar la frontera y agredir ni siquiera Crimea, lo que, de hacerlo, según el ex Presidente Medvedev sería "el juicio final", significando probablemente que Ucrania desaparecería del mapa mundial y que Rusia haría uso de armas nucleares, un paso éste ante el que occidente no podría quedar impasible.
Putin parece empeñado en convertirse en el enemigo público número uno y en un criminal de guerra cum laude. Un día después de haber negociado bajo los auspicios de la ONU y de Turquía la libre exportación de cereales a través del puerto de Odessa, lo bombardeó destruyendo dos naves. Finalmente, el primer cargamento de cereal ha podido zarpar lo que ayudará a países de Africa y Asia a librarse de la hambruna.
Las bravatas no cesan. A veces es el propio Putin quien las pronuncia, otras moviliza a sus peones como hemos visto en el caso de Medvedev y en el del Ministro de Exteriores Lavrov quien acaba de decir que Rusia se apoderará de todo el territorio ucraniano.
No será así y en todo caso, ocupe Rusia lo que ocupe, nunca será reconocido por la propia Ucrania ni tampoco por la totalidad de los países occidentales. Lo cual tampoco tiene un significado desmedido. Nadie reconoció la ocupación de Crimea pero ahí sigue Rusia utilizando sus bases navales y alardeando de su fortaleza naval creciente en el Negro y en el Artico.
Occidente está apoyando como puede a Ucrania. Pero las sanciones económicas -ya lo dijimos- castigan tanto a quien las impone como a quien las recibe y la confusión que se está montando sobre la escasez de gas es supina. Resulta que hasta la propia España que hasta el desaguisado provocado por el asunto del Sahara, se surtía casi exclusivamente del gas argelino, ahora se abastece en un 40% del gas americano (caro), en un 30% del argelino (más caro que antes) y en un 20% del ruso (prohibido y quizá a pagar en rublos oficiales, no del mercado negro).
Ya sea justa o artificialmente todos los males de Europa y Norteamérica (la inflación, la stagflación, la recesión y seguro que también el calor y el cambio climático), se los vamos a cargar a Putin. Seamos serios, Putin ya tiene bastante con sus crímenes. Lo que nosotros debemos hacer - Europa y España- es ponernos las pilas.