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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 14:41

La literatura al expresar las ideas

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Miguel Bataller. Ciudadano del mundo y jubilado.

Siento una especial aversión o repugnancia, a la forma de tergiversar conceptos ideológicos y políticos fundamentales y tradicionales, a través de expresiones literarias actuales que permiten a cada cual interpretarlas a su gusto.

Para que lo comprendan más fácilmente mis amigos o lectores les daré una definición política actual, que cada vez que la escucho en boca de un político, se me enciende la alarma de las ideas.

“Soy socialdemócrata y liberal”

Cualquier persona, que se define así a sí misma, o es un ignorante de la teoría política, o más falso que el alma de Judas.

Lo primero que demuestra, es que para él, “el socialismo no es democrático”

Porque si lo fuera, no necesitaría el calificativo de demócrata a menos que incurriera en una redundancia innecesaria.

O sea que un social-demócrata es un socialista que o se avergüenza de ser socialista, o se incorpora a la modernidad añadiendo sus valores demócratas a los tradicionales socialistas de toda la vida.

Algo difícil de entender en la España del Siglo XX hasta la llegada de Felipe González.

Fue él, quien quiso cambiar los principios tradicionales de aquellos “cien años de honradez de un socialismo”, que vivió siempre víctima de sus propias contradicciones y convulsionando permanentemente la vida política española, hasta acabar con la Monarquía en 1931 y abocarnos más tarde a una Segunda República inestable y llena de contrasentidos, que desembocó en la Guerra Civil.

Acabado el Franquismo y tras una transición imprescindible, se tuvieron que establecer de nuevo unas bases políticas sobre las que cimentar la nueva España.

Para eso, los conceptos de liberal o conservador, dejaron paso a nuevas definiciones conceptuales, porque nadie quería ser “una reliquia del pasado”.

Las izquierdas más radicales nunca renunciaron al concepto de “Comunistas” y encontraron en Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri (La Pasionaria) sus dos iconos, que acabaron en el ostracismo de las ideas, como sus sucesores.

Los Socialistas tradicionales, entre los que aún se encontraba LLopis, en el Congreso de Suresnes en Francia, supongo yo que avergonzados de su pasado, le cedieron el paso a los jóvenes Felipe González y Alfonso Guerra, que con la bendición de la Social Democracia Alemana, se convirtieron en los timoneles de la Social Democracia Española.

Y mi pregunta sería esta:

¿Qué falta hacia añadir al socialismo el calificativo de democráta?

Seguramente, porque todos eran conscientes que antes, nunca el socialismo español respetó el concepto de la Democracia.

Y la guinda del pastel, la vienen a poner ahora aquellos que son “más papistas que el Papa”, añadiendo el concepto de liberal a esa ideología, sin darse cuenta del contrasentido en el que incurren.

El sistema liberal, se basa en el respeto a la libertad individual y empresarial de cada cual, para crear puestos de trabajo productivos al servicio de la economía de todos y en dicho sistema socio-económico, la única responsabilidad del Estado es la crear los mecanismo necesarios, para que la cadena productiva funcione siempre bien engrasada, para que tanto el capital como la mano de obra reciban dentro del mejor sistema de Justicia Social posible, los frutos de su aportación al mismo en su justa medida.

Y por eso, en aquellos países que la economía funciona perfectamente, las organizaciones sindicales y patronales funcionan independientemente del Poder Político y se auto financian, con los fondos aportados por sus afiliados.

En España, estamos aún muy lejos de llegar a ese punto y bien que lo lamento.

Todo lo que se fue avanzando paso a paso desde 1975 hasta 2008, se ha ido destruyendo y reconstruyendo parcialmente primero por el nefasto Zapatero y finalmente por otro peor que él, que ha sido Pedro Sánchez empujado por Pablo Iglesias, que nos han dejado en la indigencia económica total, tras destruir todo el entramado de la pequeña y mediana empresa española.

Entre los dos un dubitativo Rajoy, que “ni fue carne ni pescado” y acabó sucumbiendo a su indefinición y a eso que yo critico o pretendo criticar en esta columna, al “querer ser de todo un poco” sin llegar a saber nadie lo que realmente era.

En definitiva, la realidad es que “entre todos la matamos y ella sola se murió” a menos que nos pongamos todos manos a la obra rápidamente y nos demos cuenta de cual es el cáncer de nuestra democracia.

Hasta la semana que viene amigos.