Durante décadas Alemania ha venido siendo el motor impulsor de Europa y uno de los países más ricos del mundo. En estos últimos años y por diversas razones, el país ha entrado en crisis lo que gravita negativamente sobre todo el continente.
La razón principal de tal recesión alemana es que China ha pasado de ser un fuerte cliente de los productos alemanes, a ser un claro competidor en todos sus campos industriales tales como vehículos, electrodomésticos, alta tecnología etc. Igualmente influyó negativamente la renuncia de Alemania a la energía nuclear y la opción por fuentes energéticas más costosas en especial el gas importado de Rusia que se ha encarecido a raíz de la guerra de Ucrania y de las sanciones aplicadas a Putin que han rebotado como un boomerang sobre a algunos países europeos, como Alemania y España.
Todo ello unido a la pervivencia de un gran desequilibrio entre las dos antiguas Alemanias, hizo que la región occidental tuviera que invertir miles de millones de euros para lograr el desarrollo del Este que sigue constituyendo una entidad diferente.
Esa diferencia ha quedado de nuevo en evidencia en las recientes elecciones en que el partido socialdemócrata (SPD) ha sufrido una sonora derrota, particularmente en la región oriental del país en que la derecha de Alianza por Alemania (AfD) ha duplicado su número de votos y vencido ampliamente las elecciones. Curiosamente en esa region que antaño constituía la RDA, la Alemania comunista, los votos se han canalizado en dos direcciones: hacia la extrema derecha y hacia la extrema izquierda.
El partido Cristianodemócrata (CDU, equivalente al PP europeo) de Friedrich Merz, ha conseguido una victoria estrecha, con un 30% de los votos, muy lejos de la mayoría absoluta que Merkel alcanzó en 2013 con el 42% de votos, única vez en que el CDU, o cualquier otro partido, ha podido gobernar en solitario en Alemania.
La derecha de AfD se ha ofrecido inmediatamente a formar mayoría con Merz pero éste parece preferir acercarse a los socialdemócratas recién desbancados para gobernar formando una Gran Coalición, la quinta en el país, una fórmula que en Alemania está funcionando bien y que en el resto de Europa resulta impracticable.
En España, por citar nuestro país, tal coalición no ha funcionado nunca ni es previsible lo haga en un próximo futuro. Nuestros dos principales partidos -PP y PSOE- a duras penas se comunican desde sus posiciones de oposición y ejecutivo, como para pensar en que sean capaces de formar un pacto de gobierno. Nuestra política es demasiado visceral y llega a cristalizar en relaciones de odio difícilmente compatibles con alianzas. Ante tal actitud, la única salida para la derecha es o lograr la mayoría absoluta, muy dificil debido a la proliferación de partidos o ir a un pacto entre el PP y Vox, que desde la izquierda se intenta impedir a toda costa aunque ella misma pacte con todo lo que se mueve dentro o fuera de la Constitución.
En las últimas elecciones alemanas, tanto el partido liberal como la izquierda poscomunista han quedado por debajo del 5%, es decir, excluidos del Parlamento y puesto que los 84 escaños de los Verdes no bastan al CDU, teniendo que recurrir a los incomodos 64 escaños de la izquierda (Die LinkedIn), Merz parece dispuesto a pactar con el SPD que entrará modestamente en la coalición, formando parte o no del gobierno, sin contar con Scholz que tendrá que pagar sus pecados desde la tranquilidad del retiro.
No parece que Trump, Vance o Musk con sus declaraciones extremas sobre Alemania hayan influido en el alza de los ultras que por si solos tenían asegurada una fuerte remontada. Más bien al contrario, la agresividad anti ucraniana ha reforzado al CDU adoptando posiciones de reserva anti Trump, pro europeístas, aunque, eso si, con fuertes reservas respecto a la inmigración.
Mucho éxito al nuevo gobierno alemán y ojalá la locomotora se ponga de nuevo en marcha.