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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 11:13

Los relatos de la pesadilla de la guerra contados por tres chicas ucranianas en Benicàssim

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“Nunca creímos que esto pudiera pasar y lo peor es que todo es que lo que han hecho no lo va a pagar nadie”

Hace poco más de un mes una familia de Benicàssim acudía a la frontera de Polonia para rescatar a la niña que habían acogido cuando solo tenía 6 años. Durante 16 años Liza ha vuelto cada año para reencontrarse con su familia de Benicàssim. Ahora tiene 22 años y ya no viene a pasar unos meses. Ella y sus dos amigas huyeron de la pesadilla de una guerra que ha transformado sus vidas, una guerra que no esperaban, que califican de injusta y que denuncian día a día, porque el pueblo ucraniano tiene derecho a vivir en paz y con dignidad.

Esperanza Molina/ Castellón Información

 width=Liza tiene 22 años, viene a Castelló desde que tenía 6 para convivir por temporadas con una familia de Benicàssim. Conoce perfectamente el idioma, las costumbres y a la gente de la provincia.

Es como tantos niños ucranianos que una vez vinieron a pasar sus vacaciones un verano y ahora son ya parte de las familias con las que conviven varios meses al año. Ni en sus peores sueños hubieran llegado a pensar lo que iba a ocurrir a partir de febrero de este año.

Tenían una vida normal

Liza trabajaba como traductora; tenía una vida ‘normal’ en un país que, como los demás, se desarrollaba y ofrecía todas las comodidades de las que gozan los habitantes del primer mundo. Vivía en el siglo XXI en un país del que se sentía parte y llevaba con orgullo en el alma y en el corazón. Tenía una esperanza de futuro que compartía con su familia de Ucrania, pero también con su otra familia, la española, la de Benicàssim.

La pesadilla que nunca pudieron imaginar

 width=En esa ‘normalidad’, Liza y sus dos amigas, Olga y Catia, programaron un viaje de fin de semana a una localidad próxima a la frontera con Polonia. Alquilaron un piso, compraron sus billetes y comenzaron su aventura. Era el día 24 de febrero.

Cuando se trasladaban a la estación de Kiev comenzaron a recibir mensajes en los que les decían que los rusos estaban bombardeando algunas poblaciones de Ucrania. Se lo tomaron como una broma de mal gusto. En su cabeza no cabía la posibilidad de que en pleno siglo XXI y al lado de su casa pudiera suceder algo parecido.

Pero cuando estaban en el andén de la estación esperando para subir a tren comenzaron a escuchar el zumbido de los bombardeos. Fue entonces cuando las tres se miraron sin saber qué hacer.

"No pasa nada, seguir con el viaje". Querían ponerlas a salvo.

Primero se preguntaron si dejarlo todo y volver con los suyos. Pero cuando llamaron a casa, a sus familiares, el mensaje fue claro: “No pasa nada. Seguir con el viaje”.

Subieron al tren, ya inquietas, y no pudieron haberlo hecho mejor, ya que había comenzado el horror de la guerra. Sus familias querían ponerlas a salvo.

Fue el último tren que partió de Kiev. Ese día se declaró el Estado de Alarma, estaban sitiados por las tropas rusas

En aquel momento se enteraron también de que era el último tren que partía de aquella estación. El presidente había decretado el estado de alarma, estaban sitiados por las tropas rusas. Había comenzado una guerra que nadie esperaba y que los ucranianos no querían.

Del viaje en tren, Liza comenta con tristeza que todo el trayecto discurrió en un continuo intercambio de mensajes. Ellas querían saber cómo se encontraban los suyos.

Liza y Olga son de la localidad de Bucha

 width=Tanto Liza como Olga son naturales de la ciudad de Bucha, uno de los puntos donde las fuerzas rusas entraron con mayor ferocidad, una de las primeras en ser ocupadas y allí se encontraba la mayor parte de sus familias.

Sin poder hacer nada, sin poder entender por qué y qué sucedía, los relatos comenzaron a llegar hasta las tres amigas. Desde el lugar de Ucrania donde se encontraban podían hablar con conocidos y familias y las noticias pronto les erizaron la piel.

Liza: “Primero sufrió el pueblo que se encontraba al lado de donde está el aeropuerto. Allí vivía mi abuela con mi padre. Cuando hable con ellos la primera vez me dijeron: 'Bueno, aquí todo tranquilo'. Horas después, cuando quisieron abandonar sus hogares ya no pudieron salir".

Desde su casa, comentaba su padre a Liza, escuchaban los bombardeos que se producían a apenas dos kilómetros, “los aviones, los helicópteros sobrevolaban sus viviendas”. En su casa estaban atemorizados. Como muchas otras familias bajaban al sótano para dormir. Pero esa 'tranquilidad' duró muy poco porque después los bombardeos se centraron ya sobre la localidad de Bucha.

"En cuestión de días, habían vuelto al siglo XVIII para cocinar sobre leña y beber nieve"

Los destrozos afectaron al suministro eléctrico, luego al agua, cortaron el gas, y las tres amigas solo podían escuchar los relatos de los suyos que les comentaban cómo, en cuestión de días, habían vuelto al siglo XVIII para cocinar sobre leña y beber nieve. “Y era muy peligroso salir a la calle porque disparaban a todo el mundo”.

"Entraban directamente en los sótanos y disparaban sin mirar. Iban a matar"

Así, por teléfono en la distancia y luego por los relatos de su madre, supieron que las tropas rusas habían entrado en Bucha y lo habían ocupado por completo. “La gente no podía salir a la calle, se jugaban la vida”. Su hermana le contaba que desde la ventana veían pasar los tanques por las calles.

Pero además, la alternativa de esconderse en los sótanos quedó pronto descartada porque los rusos sabían que los vecinos se refugiaban allí. “No preguntaban, entraban directamente en esos sótanos y disparaban contra todos los que se encontraban refugiados sin mirarlos siquiera a la cara. Iban a matar. El alcalde Bucha prohibió bajar a los sótanos”.

Volver a casa o pedir ayuda y salir del país

Durante días Liza, Olga y Catia cavilaron regresar a casa, estar con los suyos, pero no podían ni sabían cómo hacerlo, y sus familias tampoco querían que lo hicieran. Querían mantenerlas a salvo. Durante los días que pasaron en aquel piso alquilado de Ucrania, las horas se convertían en pesadillas. “Estábamos nerviosas, nos despertaban las sirenas”. Pero llegó un momento en que tuvieron que tomar decisiones.

Sin excusas para rescatar a Liza aunque haya que cruzar Europa

 width=Fue la familia de Benicàssim, con la que había compartido tantos momentos de su vida Liza, la que no se lo pensó dos veces. Una vez que pudieron contactar con ella emprendieron el viaje para rescatarla. Cruzaron España, Francia, Alemania, Chequia y Polonia hasta poder encontrarse con ella, Olga y Catia.

Las tres amigas alquilaron un coche para que las llevara hasta la frontera, pero las colas eran muy largas y el vehículo las dejó a 30 kilómetros de Polonia. A partir de allí tuvieron que hacer el camino andando. Cuando se les hizo de noche consiguieron albergarse en un refugio, un colegio gestionado por voluntarios donde les dejaron unos colchones para dormir en el suelo. Por la mañana continuaron caminando hasta cruzar la frontera. La empresa de una de las tres amigas les pagó un hotel durante dos días y fue allí donde las recogió la familia que había ido a buscarlas. Las tres viven ahora en Benicàssim.

"los ucranianos, solo quieren vivir en paz. En paz para todos…"

 width=Liza intenta expresarse con coherencia, pero en algunos momentos no le resulta fácil. Es la única de las tres que domina perfectamente el castellano e intenta poder transmitir todo el horror que ha vivido ella, que han sufrido sus familias. Sabe que se va a publicar esta entrevista, han dado su permiso. No quieren limosna, no quieren que se les tenga lástima, no quieren llamar la atención sobre ellas mismas, pero quieren contar, hablar de una pesadilla que no tenía que haber pasado, porque ellos, los ucranianos, solo quieren vivir en paz. En paz para todos…

La angustia de no saber dónde está la familia

Durante los primeros diez días en Benicàssim las tres amigas vivieron una angustia enorme. No podían contactar con sus familias, no sabían nada, ni si estaban vivos o muertos. Cuando lo consiguieron supieron aliviadas que ellos también estaban a salvo y habían iniciado la ruta para poder salir de allí.

Los relatos que levantan ampollas

Cuando por fin se reencontraron Liza y su madre, ya en Castellón, pudieron conocer el resto de una historia que levanta ampollas.

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"Pusieron botellas de agua por las escaleras para poder enterarse si entraban los rusos en el edificio y poder esconderse"

Cuenta Liza: “Al principio mi familia se quedó en el piso. La puerta del portal, sin luz, se abría solo con empujarla. Ellos lo que hicieron fue poner botellas de agua por las escaleras. Uno que es del edificio sabía que estaban allí, pero si entraban otros, los rusos, harían ruido y alertarían a los vecinos”.

“Mis hermanas tenían mucho miedo. Me comentaban que, claro, tú estás ahí esperando que se te caiga la casa encima o que pase de todo. Y cuando oían pasar a los aviones ya pensaban lo peor, que les había llegado el momento.”

Corredores humanitarios tiroteados

Liza recuerda con tristeza aquella parte de la historia, la que vivieron en la distancia, pero la que sintieron también a través de sus propias familias. Relata cómo se quisieron habilitar corredores humanitarios que no fueron respetados por las tropas rusas, corredores que también quisieron aprovechar sus familias. “Llegaron a ametrallar un autobús con gente, allí murió una amiga de mi hermana”. Al día siguiente, indicaba, volvieron a intentar coger un autobús para poder escapar, pero estuvieron esperando todo el día y tampoco pudieron salir.

"Tenéis cinco minutos para salir"

 width=Al final, pasado otro día, cuenta Liza, Llegó el hermano de un ucraniano conocido por la familia, que vive en Benicàssim entró en su casa y dijo a su familia: “Tenéis cinco minutos para poder salir”. La fuga, indicaba Liza, fue para ellos una pesadilla, "tenían que esquivar las balas, los rusos les registraban el vehículo, les quitaban los móviles, se quedaban con lo que querían".

Pero lo consiguieron, y de hecho ahora viven en Burriana, donde les han dejado un piso y les ayudan para salir adelante. Prácticamente llegaron con lo puesto. “Pero por lo menos, estaban a salvo”.

“El día que por fin vi a mi madre… y escuché lo que me contaba mi hermana, lo que habían pasado… les disparaban y la gente muerta por las calles y ellos con el miedo en el cuerpo pensaban: Que no me pase a mí”.

Mi abuela vive en Irpin, dice Liza, está viva también. Primero le cayó una bomba en su casa y tuvo que irse a la vivienda de un  width=vecino. Allí se juntaron tres abuelas, tres personas mayores que tenían que salir con un carrito para llevar a una de ellas que no podía caminar… Tuvieron que irse de allí porque también cayó una bomba en esta casa. Estaban en un barrio conquistado por los rusos que disparaban a todos los que salían, incluso a mi abuela. Tuvo suerte de que no la mataran”.

"Mi abuela, cuando logró escapar, no podía hablar por el miedo que había pasado"

Y Liza explica: “Mi abuela, cuando consiguió escapar no podía ni hablar, un soldado con su móvil llamó y dijo que estaba bien porque ella no podía ni hablar”.

El padre y los dos hermanos mayores de Liza se han quedado en Ucrania. Uno de los hermanos tuvo que irse andando de Irpín a Kiev. Huyó de su vivienda cuando una bomba destruyó la casa de al lado. Hasta ahora han mantenido el contacto y sabe que están bien, aunque su abuela está muy nerviosa "porque además, es muy mayor". “Mi padre está con mi abuela. Y mi otra abuela que tuvo que huir, esta en Kiev”.

 width=La madre de Olga, 5 días solo con una botellita de agua y su gato, esperando la liberación.

La familia de Olga también es de Bucha y su madre es del mismo pueblo que Liza. Su hermana con su bebé y su marido consiguieron escapar a un pueblo y buscaron como cruzar la frontera; la hermana y el bebé salieron del país, el marido se quedó.

La madre de Olga se quedó en Bucha. Allí le llegaron contactos y posibilidades para evacuarla a ellas y a otros vecinos. "Quedaron en concentrarse en una iglesia. No los dejaron salir y ser rescatados. La madre de Olga estuvo allí, con su gato durante 5 días y tan solo con una botellita de agua". También consiguió escapar.

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Catia tenía trabajo en Kiev. Parte de su familia también ha conseguido salir de Ucrania. Otros, permanecen allí

Catia, es de Kiev. Su familia escapó de la ciudad antes del acoso y se refugiaron en una casa en el campo, en un pueblo pequeñito. Su hermana, con su madre y su tía decidieron huir y ahora están en Polonia, pero el resto de su familia se quedó allí.

Llegados a este punto de la entrevista Liza está tranquila, pero muy emocionada. En su cabeza hay demasiadas preguntas y muy pocas respuestas…

"Bucha es un pueblo como Benicàssim, todos se conocen, pero ahora mis vecinos están muertos"

Yo no se cómo está mi casa, ni cómo está la de mi otra abuela que vive en el pueblo de al lado, pero según lo que nos contaron los vecinos las tropas rusas han entrado a todas las viviendas a robar, a hacer lo que les de la gana…”

Porque Bucha, explica Liza, "es un pueblo como Benicàssim, todos se conocían... Ahora mis vecinos están muertos, gente que conozco también y a saber cuantos más".

Quieren volver a casa, pero no saben si podrán hacerlo

A Liza le tranquiliza saber que parte de su familia está a salvo. Unos porque consiguieron escapar y están en Burriana; los otros, porque hasta ahora ha seguido manteniendo el contacto con ellos. Pero no deja de preguntarse qué estará pasando ahora, qué ocurrirá mañana y si algún día podrá volver a su pueblo, a su casa. Tiene el corazón dividido. “Tenía muchas ganas de volver, pero ahora tengo hasta miedo de volver a mi casa porque no sé lo que ha pasado ahí".

"En Ucrania no decimos cuando se acabe la guerra, decimos cuando Ucrania gane…” 

¿Qué creéis que va a pasar? ¿Creéis que acabará pronto? Parece la pregunta del millón, sobre todo porque ellas desean profundamente que todo se acabe.

Ni Liza ni Olga ni Catia saben cuando se acabará esta pesadilla. Hasta hace unos días todavía tenían esperanzas, cuando todavía se difundían las noticias de la resistencia ucraniana, de la retirada de los soldados rusos de algunas zonas de su país, antes de que volvieran a recrudecerse los ataques.

“Nosotros no decimos… En Ucrania, no dicen 'cuando se acabe la guerra', decimos 'cuando Ucrania gane…” “Creemos que nuestro país puede defenderse bastante y queremos que se pueda arreglar eso, pero…

Y con ese pero vuelven a la cabeza de Liza muchas imágenes de una vida que se esfumó en solo unas horas: “Antes de la guerra yo siempre decía que… Si tienen que quitar un trozo, que quiten un trozo, pero que no sufra la gente, que no sigan causando sufrimiento, haciendo daño y lo que están haciendo”.

"Los ucranianos somos una nación que prefiere morir antes que vivir bajo el control ruso"

Después de todo lo vivido y relatado por sus familias, Liza baja la cabeza, respira, pero enseguida la levanta y vuelve a mirar con firmeza:

 width=“Como ya ha muerto mucha gente tengo miedo de que mueran más, pero también… lo que quiero decir, es que los ucranianos somos una nación que prefiere morir antes que vivir bajo el control ruso. Eso si que es verdad. He hablado de eso con todos mis conocidos y todos dicen lo mismo, nadie quiere vivir así. Van a hacer todo lo que puedan, pero nadie quiere vivir así”.

Cuando escuchas a Liza se te pone un nudo en la garganta. ¿Y por qué no pueden vivir en paz? ¿Por qué no los dejan vivir en paz?

Si, hace casi dos meses que comenzó la invasión de Ucrania y el conflicto no parece que tenga un final prometedor a corto plazo, pero no se puede volver la espalda y pensar que eso es cosa de otra gente, de otro país, de otras personas…

¿Quién puede pensar que de un día para otro se lo arrebaten todo? ¿Que de la noche a la mañana pueda pasar de vivir una vida ‘normal’ a encontrarse en la situación en la que se encuentran ahora tantos ucranianos y tantos otros países invadidos?

Nadie se esperaba esta guerra

 width="Nadie se esperaba esta guerra". En Ucrania no se lo esperaban, afirmaba Liza:  “No, unos días antes estábamos hablando de eso pero no podíamos imaginar que pudiera ocurrir en pleno siglo XXI. Podían decir que las cosas estaban mal pero no, para nosotros era impensable. Estábamos viviendo una vida normal. No aquí, en mi pueblo no puede pasar, a mi pueblo no llegará. Y me decía: tranquila que todo bien. No me lo esperaba”.

¿Estamos haciendo todo lo que podemos?

Y Liza vuelve a mirar con dolor, pero siempre con la cabeza muy alta:

Yo estoy enfadada. Yo estoy enfadada porque pueden hacer más. Ellos no tienen miedo y se protegen ellos mismos y eso es normal. Es normal que también piensen en su pueblo y que piensen en las consecuencias. Pero cómo está sufriendo mi país… eso hay que pararlo, como sea".

"Siempre me tuve por una buena persona, pero ahora tengo odio y una impotencia tremenda"

Y entonces le sale del alma: “Siempre me he tenido por una buena persona y, la verdad, cuando emitieron las noticias de lo que habían hecho en mi pueblo pensé que ya no podía odiar más. Yo siempre decía que hay personas buenas y malas, en cualquier país, pero ahora tengo odio y una impotencia tremenda. Y estoy muy agradecida de que mi familia esté bien. Si les pasara algo, no quiero ni imaginar”.

“Lo que me sabe mal, a mí, a mis amigas y a todo el pueblo ucraniano es que sabemos que eso no lo va a pagar nadie"

Lo que me sabe mal, a mí, a mis amigas y a todo el pueblo ucraniano es que sabemos que eso no lo va a pagar nadie. Todo lo que han hecho no lo va a pagar nadie… cuando veía esas noticas me preguntaba ¿Puede ser que sean mis calles? ¿Que sea mi pueblo? ¿que sean mis vecinos?

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Cocherón Diputación ayuda a Ucrania

A partir de ese momento, el dolor de Liza es contagioso. Y tiene razón. Es una mezcla de vulnerabilidad, de impotencia, de rabia, pero también de orgullo, el de ser ucraniana y defender a su país y a su gente.

Burocracia española: "Todo va tan despacio..."

En Burriana están la madre de Liza sus dos hermanas y un sobrino pequeño. De esto hace más un mes y están esperando que les concedan algún tipo de ayuda, poder registrar los formularios que les reconozcan como refugiados. Siguen esperando que les den cita para ir a rellenar sus papeles en la Policía… pero todos los trámites se retrasan demasiado. Afortunadamente su hermana ya está escolarizada. “Ahora, comenta Liza, por lo menos están tranquilos. Quieren volver a casa… pero están a salvo”.

Una red de ayuda entre amigos y conocidos

La familia ucraniana de Liza está aliviada de poder vivir en Burriana, de haber podido escapar de la guerra. Ellos no han pedido nada pero carecen de casi todo. Por eso, la familia de Benicàssim con la que vive Liza ha organizado una ‘red de ayuda’ entre amigos y conocidos. 5 euros, 10 euros al mes cada uno para que puedan comprar lo más necesario. No es mucho, pero para ellos lo es todo en estos momentos.

Imagen de la Manifestación en contra de la Guerra de Ucrania que se realizó en Castelló
Imagen de la Manifestación en contra de la Guerra de Ucrania que se realizó en Castelló

El caso de Liza y sus amigas es diferente. Viven con su familia española. Ya tienen permiso de residencia para un año y aunque ya tienen tarjeta de la Seguridad Social todavía esperan un documento, como DNI, que les otorgue una cierta legalidad en España.

Liza trabaja online para una empresa ucraniana desde Benicàssim. Olga trabajaba para una multinacional de moda en el departamento de diseño. De momento no sabe qué va a pasar con su puesto de trabajo. Y Catia también tenia trabajo en una empresa textil con formato de venta online y presencial.

Ellas están bien, pero eso no es suficiente. Se han implicado por completo. Liza colabora con Cruz Roja, está dispuesta a ayudar a las personas que huyen de su país en guerra.

Por favor, respeten su dignidad

Y no, no se les ocurra mirarlos con lástima ni con pena. Otórguenles el reconocimiento a la dignidad que tienen. Hoy les ha pasado a ellos pero las guerras no se han acabado con el siglo XXI, las comodidades del primer mundo ni con la era de Internet.

& Entrevista realizada el pasado 6 de abril. Los mapas e infografías son Orientativos sobre imágenes de Google tomadas antes de la guerra.

Mi mayor respeto para todas las personas que quieren vivir en paz, para la dignidad de todos los ucranianos que han tenido que salir de su país y solo desean poder volver a sus casas. Mi mayor condena a quienes carecen de humanidad, juegan a ser dioses sin importarles la vida de las personas que masacran y esclavizan. Mi mayor admiración a las personas de la familia de Benicàssim que, como muchas otras familias de Castellón no se lo han pensado dos veces para rescatar a las personas que quieren. Personalmente, me he quedado con el corazón en un puño.