En nuestro pueblo cristiano existe una rica religiosidad o piedad popular con múltiples manifestaciones en torno a Jesucristo, la Virgen María y los Santos. En la Navidad celebra la fe en el misterio del Dios hecho hombre con los belenes, los villancicos o la cabalgata de reyes. La Pasión y Muerte del Señor cobra especial relevancia en la Semana Santa con las procesiones, el viacrucis o las representaciones de la Pasión. La Resurrección se celebra con las “procesiones del encuentro” en la mañana de Pascua. No podemos olvidar la fiesta y la procesión del “Corpus Christi”.
Existe también una profunda devoción a Santa María, la “Mare de Déu”, bajo las más diversas advocaciones, a la que se dedican novenas, procesiones, gozos, himnos y representaciones. Son objeto de devoción también los santos, particularmente los patronos de las poblaciones, que se expresa en imágenes, reliquias, estampas, novenas, “gozos” y procesiones. Esta religiosidad está vinculada a algunos lugares santos, como son las ermitas y los santuarios, verdaderos centros de piedad y de peregrinación. Para promover esta gran variedad existen numerosas cofradías, hermandades y mayordomías.
Estas y otras manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Son expresiones legítimas de la fe cristiana y son válidas para el anuncio de Jesucristo y la transmisión de la fe cristiana. Más allá de su interés turístico, todas ellas son, ante todo, manifestaciones de la fe cristiana de un pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. Expresan la búsqueda de Dios y reflejan una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa según las vivencias y la cultura propia del pueblo. El pueblo cristiano llano vive y expresa así su relación con Dios, con la Virgen y con los Santos. Su fuente se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial.
Como todas las realidades cristianas no siempre está exenta de errores o desviaciones. A veces se puede quedar en un sentimiento pasajero o en lo superficial. La piedad popular necesita también ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico” (Juan Pablo II).
Entre la liturgia y la piedad popular debe existir una relación armónica, sin olvidar que la primera tiene la primacía sobre la segunda. Las distintas formas de religiosidad popular complementan la vida litúrgica, pero nunca la igualan, ni la sustituyen. Los actos de religiosidad popular son auténticos cuando tienen en cuenta la sagrada liturgia, “derivan en cierto modo de ella y conducen al pueblo a ella”.