Opinión de Jorge Fuentes. Embajador de España.
La distancia de Madrid a Washington es semejante a la que existe entre Madrid y Donbas la región donde se libra la encarnizada batalla ruso ucraniana. De la distancia al Sahara, Marruecos y Argelia no hace falta ni hablar pues se trata de nuestros vecinos del Sur. Como tampoco hace falta mencionar la que existe con Francia y Alemania, nuestros principales socios y vecinos del norte.
Menciono estos datos para escenificar la interconexión de los principales problemas que hoy ocupan a nuestro país.
La crisis del Sahara se destapó con nocturnidad, cuando el mundo entero estaba concentrado en la guerra de Ucrania. El Presidente Sánchez insiste en que la decisión de favorecer a Rabat aceptando la 'marroquinización' del Sahara, se encontraba dentro de la posición tradicional de España en la ONU.
Piadosa mentira. Lo cierto es que Madrid tiene un gran enredo en el Norte de África, el punto más sensible de nuestra política exterior e intentó dar un golpe de audacia que lo desanudara optando para ello, con la ingenua medida de favorecer al país que más podía perjudicarnos, como es Marruecos ya que sus reivindicaciones sobre Ceuta, Melilla y las Canarias ponen en gravísimo aprieto nuestra soberanía nacional.
Claro que el arreglo con Rabat destapaba otros muchos problemas: rompía nuestras relaciones con el pueblo saharaui y con el Polisario que se han sentido traicionados; ofendía a Argel que tras llamar a consultas a su Embajador en Madrid ha revisado los precios del gas que nos proporcionaba en condiciones favorables, rompiendo por añadidura, el sueño de una Europa surtida de gas argelino a través de España.
Pero sobre todo, España ha perdido prestigio internacional al haber modificado drástica y sorpresivamente nuestra posición en Naciones Unidas mantenida durante casi medio siglo.
Se trata de un coste muy elevado el que España está pagando pero que Sánchez debía pensar que valía la pena pues debió barruntarse un riesgo grande e inminente de desestabilización.
Algún día conoceremos lo que Rabat nos ha dado a cambio de tan importante favor como el que Sánchez les ha hecho. Esperemos que se trate de algo más que la simple cortesía de invitar a Sánchez a la rotura del Ramadán, un honor que los reyes marroquíes solo reservaban para cabezas coronadas.
Intentando desviar la atención de tan proceloso asunto Sánchez, una vez más, se concentra en denunciar el pacto del PP con Vox en Castilla León que quiere magnificar a escalas trágicas ignorando la pésima gestión de su alianza Frankenstein, como también la enorme ascensión de los amigos de Vox en las recientes elecciones francesas a la par que la casi desaparición del socialismo francés. Imaginen el susto que el Gobierno se llevara si las cosas van bien en Castilla León.
Sánchez había optado respecto al Moro, por seguir el paso de sus principales aliados -los EEUU, Francia y Alemania- sin reparar en que ellos no iban a verse sino beneficiados económicamente de las sanciones que Argelia cargaría contra nosotros pero no contra Europa. Y los Estados Unidos se mostraban "generosamente" dispuestos a reemplazar con un precio más elevado las carencias argelinas.
Alemania no parece dispuesta a cerrar la espita del gas ruso antes de fin de año lo que sufragará durante estos largos meses, la guerra de Putin, a razón de 600 millones de euros diarios de pagos a Moscú.
Todo está interconectándose en este mundo global, desordenado y lleno de contradicciones. Uno de los amigos del muy cuestionado Vox es el partido polaco Ley y Justicia (PiS) que está dando lecciones de humanidad a Europa al acoger por el momento a dos millones de ucranianos que vienen a sumarse a los dos millones y medio que ya habían llegado al país desde inicios de siglo. Cuatro millones y medio de ucranianos en un país de 38 millones de habitantes. Otra contradicción/paradoja: el socialismo español se cree inmortal, pero en nuestro entorno, en Francia, en Italia, en Grecia el socialismo ha muerto.
El mundo se vuelve cada vez más complejo. Crece el número de superpotencias, crecen las países nucleares y el caos naciente nos hace mirar con una triste nostalgia los tiempos del bipolarismo, de la guerra fría, en que había un equilibrio de terror, pero al menos había un equilibrio.
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