Hasta mediados del siglo veinte España era un país en que predominaba el sector pimario. La agricultura, la ganadería y la pesca copaban la parte más sustanciosa de nuestro PIB. Eran los tiempos en que las naranjas valencianas habían sustituido a la seda, igualmente valenciana, para intentar equilibrar nuestra balanza comercial.
Ese tiempo pasó y hoy afortunadamente la industria y los servicios han fortalecido su presencia aunque la agricultura y la pesca siguen siendo fundamentales tanto para cubrir las necesidades alimenticias de nuestro país como para exportar sustanciosos remanentes.
El gobierno español y la administración europea parecen no ser conscientes de esta realidad y con su política de gran control en la producción propician las facilidades a los productos procedentes de otras regiones del mundo menos exigentes con la elaboración de sus productos agrícolas, ganaderos y pesqueros.
Las revueltas del campesinado europeo se suceden con frecuencia. En esta ocasión todo comenzó con la eterna e injustificada protesta de los agricultores franceses contra los productos del campo español e italiano. Injustificados porque la política agrícola comunitaria impone unas reglas del juego en materia de cultivos -fertilizantes, normas fitosanitarias, condiciones laborales- comunes para los 27 miembros de la Unión.
Pronto se ha producido un contagio en muchos países de la región, esta vez criticando las propias políticas de sus países, incapaces de proteger su sector primario contra las importaciones de terceros países, principalmente del Magreb, de Mercosur y también de China que al no estar sometidos a estrictos controles, ofrecen productos de inferior calidad y también de inferior precio.
Las quejas van dirigidas tambíén y principalmente, al crecimiento descontrolado de los precios en la cadena que van desde el productor al consumidor, precios que suelen multiplicarse por cuatro y condenan al campesino, al ganadero o al pescador a trabajar con perdidas.
Por el momento, el sufrido obrero del sector primario se mantiene en su oficio entre otras razones porque a partir de cierta edad el reciclaje profesional con emigración a la gran ciudad, se vuelve muy arriesgado. Las nuevas generaciones, sin embargo, tienden a despoblar el campo, vaciando pueblos y aldeas.
Si la industria es muy necesaria para el progreso, el sector primario es indispensable para la supervivencia. Sin la carne, el pescado, la verdura, las legumbres, la fruta y sus derivados no hay vida y países como el nuestro con mar, tierra y sol generosos carecería de sentido que dejáramos de producir y tuviéramos que comer de importación.
Esta vez las protestas provienen de agricultores y ganaderos. En otras ocasiones las han iniciado los pescadores. Es necesario que los gobiernos adecúen los precios para que todos los peldaños de la producción -los campesinos, los recolectores, los transportistas, los operarios de mataderos, los vendedores- tengan su cuota justa de beneficios.
Y por añadidura los gobiernos, particularmente el nuestro, deben mantener una política del agua equilibrada. La buena tierra y el buen sol, requiere también agua y fertilizantes. El cambio climático se está ensañando con países del sur en que la lluvia escasea progresivamente. Es necesario distribuir el caudal de nuestros ríos orientándolos hacia las regiones de actividad agraria más intensa, como son Valencia, Murcia y Andalucía, en los que, por añadidura las lluvias no se prodigan.
En estos días también, el agua empieza a escasear no solo en los campos sino también en las ciudades. La desalinización del agua marina y la generosidad de la Comunidad Valenciana está salvando a Cataluña. Confiemos que ello lleve a una reflexión catalana sobre una mejor utilización de las aguas perdidas del Ebro.