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martes, 11 de marzo de 2025 | Última actualización: 20:43

Las practicas cuaresmales en el camino hacia la Pascua

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Después del bautismo de Jesús en el río Jordán, “el Espíritu Santo lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo” (Lc 4,1-13). Con sus tentaciones, el diablo quería apartar a Jesús de la voluntad del Padre, de la misión recibida y de su Pascua.

San León Magno comenta que “el Señor quiso sufrir el ataque del tentador para defendernos con su ayuda y para instruirnos con su ejemplo”. Jesús inauguró así nuestro ejercicio cuaresmal, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado y rechazar las tentaciones para caminar con él hacia la Pascua.

Como Jesús, tampoco nosotros estamos libres de las tentaciones que él sufrió en el desierto, como son el apego a las riquezas, el deseo de poder y la búsqueda de éxito. Según Benedicto XVI, el núcleo de estas tres tentaciones es la tentación de ponerse uno mismo en el lugar de Dios, suprimiéndole de la propia existencia y haciéndole parecer superfluo, para buscar la seguridad y la salvación en el tener, en el poder o en el éxito.   

Las ‘armas’ para vencer las tentaciones y los medios para recuperar y fortalecer nuestra relación con Dios y con el prójimo son las prácticas cuaresmales del ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18). Las tres están interrelacionados; las tres son condición y expresión de la verdadera conversión a Dios. Entramos en el camino de vuelta al amor misericordioso de Dios si le abrimos nuestro corazón en la oración mediante la escucha de su Palabra, apoyados en el ayuno, y si nuestra oración y ayuno se muestran en obras de caridad al prójimo.

Al ayunar seguimos el ejemplo de Jesús en el desierto. La privación incluso de aquello que en sí mismo sería bueno, nos hace ver que “no sólo de pan –comida o bienes materiales- vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El ayuno verdadero lleva a descubrir y apreciar el alimento verdadero, la Palabra de Dios, para amarle y hacer de su voluntad el alimento de nuestra existencia. El ayuno suscita en nosotros ‘hambre’ de Dios y de su Palabra, lleva a la oración y al deseo de abrirse a Dios y a su amor, de acoger con humildad su voluntad confiando siempre en su bondad y misericordia. El ayuno abre el camino hacia Dios para a amarle de todo corazón. El amor a Dios, por su parte, es inseparable del amor al prójimo. Por eso, el ayuno nos lleva a tomar conciencia de las necesidades de nuestros hermanos; y nos pide cultivar el espíritu del buen samaritano, socorriendo al que padece hambre, sufre soledad, está enfermo, no tiene hogar, o está despreciado o herido por la vida.

Este es el camino hacia la Pascua tras las huellas de Jesús.