Pau Ferrando. Professor d’Història i Geografia. Regidor de Compromís a l’Ajuntament de Benicàssim i Diputat Provincial de Promoció Econòmica i Relacions Internacionals.
Viene a ser cansino, aunque tradicional, que cada 12 de Octubre circule siempre el mismo coñazo. En esta vida (y democracia) hay días para que cada uno celebre lo que quiera sin que te agríen el vino (o el cava) soltando gilipolleces. No tengo nada en contra de aquellos que celebran su hispanidad tanto en privado como en público. Es una fiesta vetusta y apergaminada, pero que a mucha gente le llena, más allá de "puentes" y festivos. Impuesta a palos en unos años no tan lejanos. Y que ahora parece como ese plato de puré de apio que te dan a cucharadas. Para quién le guste el apio, buen provecho. Pero parece que la gracia está en observar complacidos y con sorna a aquellas personas que no quieren tomarlo, incluso a aquellas que lo escupen. Y reírse a gusto de ellos, pues es una papilla de obligada y constitucional consumición. Que le aproveche a quién guste, yo estoy a régimen de estas cosas. No puede ser de otra forma.
Celebraciones aparte, también se está generalizando (solo por una jornada), el típico debate sobre la hispanidad ligada a la conquista de América. Es cierto que ya en el 5to Centenario nos dieron la vara, quizás excesiva, sobre el maravilloso puente cultural entre Latinoamérica y España. No en vano en aquella época gobernaba Felipe González y cuando hablas de él se aplica aquello que decía Feyerabend: todo vale. La Hispanidad estaba ligada a la Expo-92 y a la Ruta Quetzal de De la Cuadra- Salcedo, mientras entidades bancarias, fondos de inversión y compañías energéticas de capital español se lanzaban sin paracaídas sobre los países latinoamericanos. También se fundaba, por contra, el Instituto Cervantes, la institución española que más respeto y admiro, vaya por delante.
Y se abría la caja de los truenos.
Ante tanta fanfarria de amistad cultural volvía a la palestra el concepto de Leyenda Negra. Ese relato construido durante siglos sobre la brutalidad española en los territorios y sociedades conquistadas. Desde América muchos movimientos sociales y nacionales se sumaron al discurso.
Era un momento en el cual se podía aceptar el debate con tranquilidad. España tenia entonces magníficos historiadores, muy profesionales, liderados por Nicolás Sánchez Albornoz, que no tenían miedo a enfrentarse a una reflexión profunda sobre los hechos y consecuencias acaecidos en el historiográfico “Imperio Español”, sin las hipertrofias historicistas del relato patrio tradicional y navegando entre las aguas convulsas de los hispanistas y las visiones exteriores de este hecho extraordinario y único: la conquista y colonización de la América Hispana entre 1492-1820.
Pero se optó (y se opta) por el camino más chusco. Por de pronto algunos, sobre todo en la época Aznar, decidieron olvidarse de ellos y promover a “otros” “historiadores” más adecuados al régimen del 78 y al nuevo patriotismo constitucional. La historia volvía a estar al servicio del poder, pero esta vez para rápida digestión del populacho. La Leyenda Negra daba paso a la Leyenda Rosa, una historia diametralmente opuesta, que destaca las construcciones sociales y culturales de los españoles en el nuevo continente, olvidando o simplemente negando los aspectos negativos.
En una España carente de relatos colectivos, y necesitada de una línea narrativa amable y edulcorada de su historia común, cualquier disensión es vista como una traición por la oficialidad, y la historia de la América Hispana proyecta muchas sombras sobre la acción europea (no solo de España) en los territorios latinoamericanos. El debate historiográfico tiende a olvidarse en este país y prevalece la estulticia periodística, la inmediatez de taberna, un mal democratizado y agravado por las redes sociales. La cultura del “zasca” en 250 caracteres ha generado la proliferación jamás vista de clichés, absurdos y demagogias sobre este tema. Para más Inri, como en nuestra sociedad no carecemos de ignorantes y bocazas con cargo (y paga), hemos descubierto a Diaz Ayuso, Toni Cantó o Santiago Abascal opinando sobre el asunto.
El discurso de la Hispania Vindicata , la Leyenda Negra como un relato a barrer, está llegando a absurdos acientíficos jamás visto y en un peligroso experimento de distorsionar los hechos, imponer posturas y monopolizar discursos.
Y digo experimento, pues si puedes manipular un acontecimiento así, puedes manipular cualquier cosa. Solo tienes que tener los medios y los tontos útiles necesarios, y en este país no carecemos ni de lo uno ni de lo otro.
La Leyenda Negra es parte inevitable de nuestro pasado. Es una fuente inagotable de experiencias humanas extremas, de las cuales podemos y debemos hablar, discutir, opinar, pero sobre todo aprender.
Yo tuve grandes profesores en la universidad sobre América Latina, como Antonio Espino en la UAB o Manuel Chust en la UJI, entre tantos otros, que me enseñaron a explorar en la historiografía y cultivar el sentimiento crítico, la opinión fundada. Así pues, os invito a leer a Henry Kamen, Todorov, a Sánchez Albornoz, a Leslie Bethell, o Luis Vitale, también a otros críticos con el concepto como Carmen Iglesias o Ricardo Garcia-Carcel, pues lo maravilloso de la historia es saber contrastar, aprender a formarse una opinión a través de la interpretación de aquellos que realmente conocen la materia.
Lo demás, mentiras interesadas que nos hacen realmente pequeños y vulnerables ante los desafíos del presente y los avatares que nos depara el futuro.