Nada. Veinticinco años son un suspiro cuando se miden en vida, libertad, democracia y dolor. Cuando empiezan a contar desde un miserable asesinato que arrebató la vida a alguien por el mero hecho de ser demócrata. Por eso, hoy, cuando hace un cuarto de siglo desde que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco, es casi más importante que nunca recordar su legado, el Espíritu de Ermua y, sin ambages, impedir que los herederos de la barbarie reescriban la realidad.
Porque eso es lo que se ha empeñado en hacer Sánchez. Su ansia de poder está permitiendo que los asesinos ganen la batalla del relato. Que vendan su verdad. Que rehagan nuestra realidad. Por un puñado de votos y un colchón en La Moncloa, el líder del PSOE ha pisoteado la memoria de aquellos que perdieron su vida por la libertad y la democracia. Sin escrúpulos y olvidando que la barbarie de ETA manchó a toda España, sin distinción de colores políticos, hundiendo en la tragedia a todo un país que hace veinticinco años miró de frente a ETA diciéndole “basta ya”.
Por eso, ahora más que nunca, es importante luchar contra el olvido. Porque es mentira que el pasado, pasado está. El pasado hay que recordarlo, honrarlo y siempre, siempre, tenerlo presente para actuar en consecuencia. Y, por desgracia, el pasado de España está escrito con la sangre de aquellos a los que ETA asesinó y las nuevas generaciones no pueden vivir ajenas a ello.
Deben saber que representa Miguel Ángel Blanco. No podemos permitir que los herederos políticos de los asesinos sean quienes marcan el ritmo de este gran país. No. Por respeto a quienes perdieron la vida por el mero hecho de ser demócratas. Por justicia. Por la libertad y, claro está, porque no podemos dejar que los asesinos que silenciaron tantas vidas ahora pretendan ser la voz de nuestro presente.
Miguel Ángel Blanco no merece un presidente del Gobierno que va de la mano de sus asesinos. Ni él ni ninguno de las más de 800 víctimas de ETA.
Recordemos. Luchemos contra el olvido.