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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

Hermano, yo sí te creo

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Luis Andrés Cisneros.

La presunción de inocencia se ha ido por el sumidero de la corrección política y se ha conseguido que lo que diga un miembro de un colectivo, supuestamente victimizado, tenga validez suprema sin parar a realizar una investigación en profundidad.

En la última jornada de la Liga Santander ha saltado al primer plano de la actualidad, durante el partido Cádiz - Valencia el abandono del terreno de juego del estadio Ramón de Carranza de la ciudad gaditana, del equipo al completo del Valencia CF para, tras media hora de parón, regresar al mismo y continuar con el partido.

Los hechos, profusamente difundidos por los medios de manipulación de toda España, acaecieron cuando el jugador negro Diakhaby, componente del equipo «ché», dijo haber sido insultado por el miembro del Cádiz, Juan Cala que, y según manifestación del jugador francés, había sido ofendido con las palabras «negro de mierda».

Bueno, hasta aquí la versión del supuestamente ofendido, y digo supuestamente, ya que no se ha aportado ninguna prueba, ni de vídeo ni de audio, que apoye la denuncia del jugador francés (espero que no se tome como insulto xenófobo la palabra francés). Pero el revuelo que se ha montado es apoteósico.

El jugador abandona el terreno de juego y todos sus compañeros lo imitan con un desprecio total hacia el equipo contrario y a la propia competición. Todos ellos se apuntan a la frase de moda y políticamente correcta «Yo si te creo», dando por bueno que el susodicho jugador no pude mentir ni faltar a la verdad.

Por el contrario, el malo de la historia, el condenado sin derecho a defensa., el merecedor de todos los castigos terrenales es el sevillano Juan Cala, al cual todos apuntan como el salvaje maltratador del jugador valencianista. Un hombre que lleva años jugando al fútbol,l más de quince temporadas en distintos equipos y en distintos países, con un historial libre de polémicas y con un comportamiento intachable.

Hete aquí que, para su desgracia, ha topado con el mundo de la progresía más hipócrita y nociva de los últimos siglos, en la que se impone la fulminación de la presunción de inocencia. Ahora lo que se lleva es el discurso de los imitadores del movimiento del Ku Klux Klan, que han cambiado de nombre y ahora se hacen llamar Black Lives Matter o sus hermanos los Antifas.

Volviendo al partido de marras, los jugadores del Valencia que, por solidaridad con su compañero y sin tener ni puñetera idea de los hechos reales, se van del terreno de jugo para no volver, al poco tiempo regresan. Según quieren hacernos creer es por respeto al escudo que representan. Nada más lejos de la realidad, saben que sí no vuelven serán sancionados por el Comité de Competición.

Y esa es la única razón, y no la de la defensa del escudo por lo que toman la decisión, o bien la directiva les obliga a volver salvo sanciones de tipo económico. En el fondo el tema no les preocupa ya que, sí así fuera, con la de insultos que reciben en cada partido no acabarían ni uno solo en cualquier competición.

Estamos cansados de oír, y ha sido así desde que existe el fútbol, que el juez único dentro del campo es el árbitro y sus auxiliares. Pues bien, ni el colegiado ni nadie de su equipo vieron ni oyeron absolutamente nada, ni hay imágenes ni sonidos donde se aprecien las ofensas que han motivado este hecho.

Pro claro, hay que seguir las consignas progresistas de la época. La Federación ha abierto todos los comités de investigación pertinentes. Hay que crucificar a Juan Cala, a pesar de que el mismo ha jurado, por activa y por pasiva, que el no comentó nada. Pero claro, tiene la desventaja de ser blanco y el «hermano, yo sí te creo» no se puede aplicar en estos casos.

Están jugando con el pan de un profesional y este tipo de acusaciones, además de estigmatizarlo, pueden suponer el fin de su carrera. Con independencia de que dijera o no dijera la frase de marras, está marcado a fuego y tendrá encima de su persona a los árbitros del país que lo van a mirar con lupa, así como otros compañeros de profesión que puedan sacar provecho de su injusta fama.

Y, mientras tanto ¿Qué hará el francés de marras? ¿Cada vez que le insulten o crea que le insultan en un terreno de juego lo abandonará? ¿Arrastrará a sus compañeros con él? ¿Recurrirá a algún Tribunal Internacional? ¿Dejará la práctica del fútbol para no ver sus castos oídos atacados?

Estoy seguro que, y no creo equivocarme, en su carrera futbolística más de una y de dos y de tres veces habrán mentado a su madre o a su familia, pero me sorprende que le importune más el vocablo «negro» que la mención a los suyos. No deja de ser algo sorprendente.

No quiero imaginarme lo que puede ocurrir si a los árbitros les da por finalizar los partidos en el momento en que se les suelte algún improperio desde la grada. Sería el final del llamado deporte rey.

Quiero destacar en este artículo las palabras del cantante José Manuel Soto dirigidas a Diakhaby tras protagonizar el numerito de la semana: «No eres ningún negro de mierda, pero eres un chivato y un llorón. El fútbol es cosa de hombres, lo que pasa en el campo se queda en el campo, así fue siempre y así debe ser. Y no te ofendas tanto, estás haciendo un daño irreparable a un compañero»

Pienso en el autor de la frase «I have a dream» en el discurso que Martin Luther King pronunció el 28 de agosto de 1963 en las escalinatas del Monumento a Lincoln. En esa ocasión su discurso se basó en la coexistencia pacífica entre blancos y negros. Nada que ver con la actitud del jugador francés.

Si el pastor Martin Luther viera cómo se han tergiversado sus palabras y «su sueño», no me cabe ninguna duda que diría «este no es mi sueño» y renegaría de la injusticia del «hermano, yo sí te creo»