Eran las once de la noche cuando Sant Rorro, ese patrono un tanto escatológico de los buenos borrachos de estas tierras, se encaramaba a su trono, allá en las alturas de un andamio extensible, en los inicios de la Avenida del Mar, junto al antiguo Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, para llamar a la participación a los miles de personas, casi todas muy jóvenes, que se habían acercado hasta ese lugar para iniciar unos de los 60 minutos más frenéticos de sus vidas con la Nit Màgica de Xarxa Teatre.
Muy pronto comenzarían a sonar los elementos de percusión que, junto al resto de instrumentos de viento iban a animar a los asistentes al este singular acto. Luego la lenta caravana de sonido y fuego inocuo se iría desplazando lentamente por las calles del centro urbano acercándose ruidosa e inexorablemente hasta la confluencia de la Avenida del rey don Jaime y la calle Colón.
Allí ya esperaba impaciente una multitud desde el mismo momento en que se inició la marcha y cuando llegó hasta allí el sonido trepidante de la música, se apagaron las luces y el fuego lo ocupó todo. Fueron minutos de multitudinaria participación, de alegría y de cierta tensión que se convirtió en alegría contagiosa a medida que el escenario se iba llenando de esos ‘diablillos’ de color rojo o blanco con dibujos tan característicos que contagiaban su ritmo a los que allí se encontraban y surgía imparable aquello de ¡Que bote, que bote, que bote Castellón! ¡Y vaya si botaba Castellón..!
En apenas sesenta minutos, todo había acabado. Quedaba el aroma a pólvora, las sorpresas múltiples que deparaban unos fuegos artificiales imaginativos y esperados. Castellón había vuelto a vivir su ‘Nit Màgica’ ¿Alguien entiende la Magdalena sin la magia que nos aporta ese grupo tan nuestro que se llama Xarxa Teatre? Nosotros, desde luego, no.
