Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
La Virgen María está siempre presente en la vida de la Iglesia y de los cristianos. Lo estuvo en los primeros pasos de la comunidad cristiana (Hech 1,14), y sigue estando presente una vez que fue llevada en cuerpo y alma a los cielos al final de su vida terrenal. Ella vive gloriosa junto a Dios e intercede también hoy por nosotros, sus hijos.
En el mes de mayo sentimos de modo particular su presencia maternal. Mayo es el mes de María para honrarla y darle gracias por tantos dones como hemos recibido de Dios por su intercesión, para rezar con ella a Dios e invocar su protección en nuestras dificultades, en especial estos duros momentos por la pandemia del Covid-19. Así lo haremos este primer domingo de mayo en la fiesta de la Mare de Déu del Lledó.
María ocupa un lugar privilegiado en la vida de la Iglesia por ser la Madre de Jesús, el Hijo de Dios. Ella nos da a Dios. Su deseo más ferviente es llevarnos al encuentro personal y salvador con su Hijo, muerto y resucitado para la Vida del mundo. Él es el único Salvador: Él es el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra quién es Dios y quién es el hombre-nuestro origen y destino-, y la Vida en plenitud que nos regala con su muerte y resurrección. María no deja de decirnos como a los sirvientes en la bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
La Virgen María es también nuestra Madre. A los pies de la Cruz, Jesús se la entrega como madre a Juan, que representa a toda la Iglesia. El mismo Juan dice que “desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio”, como su madre (Jn 19, 17). Desde ese momento, María es nuestra Madre y como Juan la hemos de acoger como nuestra madre. La Virgen, como una buena madre, nos da protección, calor, acogida, cariño y consuelo. Ella nunca nos abandona, tampoco en el dolor, en la angustia, en la soledad o en la enfermedad, ni tan siquiera en la muerte. Cada uno de nosotros, nuestras familias, ciudades y pueblos estamos en su corazón; cuida de nosotros en nuestros afanes; sufre con nosotros, y reza con nosotros y por nosotros en estos momentos de pandemia. Las oraciones que dirigimos a la Virgen nunca son vanas.
María nos alienta hoy de modo especial a confiar en Dios y en su Hijo, Jesús Resucitado, como lo hizo con los primeros cristianos. Él es la Esperanza que no defrauda. Él nos envía hoy a ser, como María, testigos con obras y palabras del amor de Dios a la humanidad, en especial hacia los afectados por la pandemia.