Jorge Fuentes. Embajador de España
Acaban de cumplirse mil días desde que el 24 de febrero de 2022 empezó una guerra en la que Rusia era el agresor y Ucrania el agredido. En realidad, el conflicto había comenzado ocho años antes, cuando Putin ocupó Crimea sin apenas resistencia y buena parte del Donbas en que se inició un enfrentamiento contenido que se recrudeció en 2022.
Desde que Trump ganó las elecciones, la contienda ha cambiado de signo por la convicción generalizada de que los Estados Unidos van a buscar una paz a toda costa para cortar la sangría de millones que Washington desembolsa para mantener viva la esperanza ucraniana.
La situación de Kiev es crítica. En estos momentos todos los fondos que el país logra recaudar en impuestos van a parar al mantenimiento del ejército, de los combatientes y de la guerra. El día a día de los gastos ordinarios del Estado -sueldos, pensiones, sanidad, educación etc.- están pagados íntegramente gracias a las donaciones de los EEUU y de la UE.
Si Trump fuerza la paz y cierra el grifo hacia Ucrania, el país entra en bancarrota. Para llegar en las mejores condiciones negociadoras a esa eventual paz, Putin está lanzando renovadas ofensivas orientadas a ganar el máximo de territorio al que difícilmente renunciará en cualquier acuerdo de paz. Por añadidura, lanza misiles intercontinentales con la advertencia de que son imparables por escudo alguno debido a su velocidad supersónica y que pueden conducir cargamentos nucleares. El terror a la tercera guerra mundial está servido.
Biden a su vez, a dos meses de su despedida, autoriza a Zelenski el uso de misiles americanos de largo alcance con el que pueden bombardear hasta 300 kms en el interior de Rusia. Reino Unido y Francia apoyan a Biden y de hecho el primer misil lanzado por Ucrania es de fabricación británica.
Rusia se encuentra en un momento dulce. Por una parte, muestra al mundo que no está sola. La reunión con China, India, Brasil, Egipto, Sudafrica, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía (los BRICS) es capaz de concentrar a más de 3.000 millones de habitantes, con un PIB que suma 40.000 millones de $, aunque con tan solo 10.000$ per capita.
Los BRICS buscan ser el grupo emergente, contrapeso del G/7 que aúna 1.000 millones de habitantes, 50.000 millones de PIB y una renta per capita 5 veces superior a la de los BRICS.
Paradójicamente, Rusia se ha enriquecido durante la guerra. Las sanciones, lejos de afectarle, ha enriquecido sus arcas gracias a las exportaciones alternativas de petróleo y gas a China y otros aliados. Por ello están reforzando su ejército gracias al reclutamiento de presidiarios, delincuentes y de la población rural del profundo este, a los que paga muy generosamente, con unas primas extraordinarias -hasta de 150.000$- en caso de muerte en combate. Son cantidades que nunca hubieran podido alcanzar ni en diez vidas.
La aportación de tropas norcoreanas, no era militarmente indispensable para Moscú. El gesto debe interpretarse dentro de una alianza mutua en que Rusia apoyaría militarmente a Pyongyang en caso de un enfrentamiento con Seúl. Ucrania a su vez se esfuerza en atraer a miles de los varones que desde 2014 abandonaron el país y se encuentran principalmente en Alemania, Polonia, Chequia y España.
Alcanzar la paz no será operación sencilla; que Ucrania pueda mantenerse con su territorio original íntegro será más difícil todavía. Tendremos que hacernos a la idea de un país con un 20 por ciento menos de territorio y desolado territorialmente pero que Occidente se precipitará a reconstruir y favorecer su ingreso tanto en la Unión Europea como en la OTAN. Conseguir la integración antes de que llegue La Paz, es materialmente imposible, en especial en la Alianza Atlántica.
Lamentablemente esta guerra nos dejará con el sabor amargo de que una agresión como la de Rusia, violando todas las reglas del juego internacional, al final paga.