Jorge Fuentes. Embajador de España.
La naturaleza ha inspirado a poetas, artistas y enamorados. Sus frutos nos han alimentado y permitido vivir generación tras generación. El sol nos vivifica, la lluvia riega los campos, el viento limpia la atmósfera, trae las nubes y luego las aleja, el mar permite la navegación y caldea las costas. Ello sin hablar de que el hombre ha sabido aprovechar cada uno de esos fenómenos para producir fuentes de energía como la hidráulica, la eólica, la solar e incluso ha conseguido desalinizar el agua del mar.
Se diría que nada hay más hermoso, equilibrado y sabio que la naturaleza que precisamente por su cuidado hacia la especie humana ha sido considerada como una madre para nosotros. No siempre ello es así y con frecuencia, con demasiada frecuencia, rompe los cauces de la armonía y nos sorprende como si fuera la primera vez que lo hiciera.
Nepal acaba de sufrir uno de esos zarpazos despiadados de la tierra. La muy turística ciudad de Katmandú, elevada a la categoría de mito desde el tiempo del movimiento hippy, lugar al que acuden también muchos miles de visitantes para admirar los casi 9.000 metros de altura del Everest, ha quedado gravemente dañada por un fuerte terremoto. El número de víctimas alcanza ya la cifra de 5.000 y lamentable pero probablemente subirá en los próximos días. Hay miles de heridos y millones de personas se verán afectadas de un modo u otro.
La noticia está conmoviendo al mundo y movilizando a los países vecinos y a los remotos para proporcionar ayuda a la modesta república, encajonada entre la China e India y con uno de los PIB más bajos del mundo. Por añadidura, en el momento de producirse el terremoto miles de turistas de distintas partes del mundo se encontraban en Nepal, como es habitual, ya fuera escalando los picos del Himalaya o esperando el momento de hacerlo. Solo de españoles había cerca de 500 visitantes medio centenar de los cuales sigue sin ser contactado.
Siendo todo lo dicho respecto a Nepal muy de lamentar y dramático, dentro de pocos meses esta catástrofe habrá sido olvidada pues no figurará ni entre las cien más mortíferas de los últimos años. Terremotos, tifones, inundaciones, tsunamis ocurridos en el último siglo han causado millones de muertes. China, Bangla Desh, Myanmar, las costas del Pacífico, Japón, Haití, Chile, los Estados Unidos han conocido crueles catástrofes naturales en cada una de las cuales ha habido gran desolación. En muchas de ellas con más de cien mil muertes. En algunos casos, como el de Haití en 2010, con 320.000 víctimas.
Sin duda China es la que mayor azote de la naturaleza ha conocido: el terremoto de 1976 costó 655.000 vidas y las inundaciones de la cuenca del rio Amarillo de 1931 fueron más mortíferas que todas las restantes catástrofes juntas: causaron cerca de 4 millones de víctimas. Es como si la naturaleza se empeñara en recordarnos que es ella quién manda, quisiera equilibrar la demografía y señalarnos dónde podemos y dónde no debemos acampar.
Hay también una consecuencia clara que extraer: los países desarrollados como los Estados Unidos, Japón, Chile, también sufren los acosos naturales pero la mano del hombre ha sido capaz en ellos de prever las agresiones y minimizar las víctimas y los destrozos.
Por desgracia en el futuro seguirá habiendo catástrofes ya que la naturaleza no podrá ser domesticada. Lo que si podremos y deberemos hacer es no enfrentarnos a ella, no cruzarnos en su camino, estudiar bien el lugar en que decidimos asentarnos y hacerlo con la debida precaución y solidez. Por desgracia ello es costoso y puede hacerse con mayor previsión en el mundo desarrollado. Pronto China va a ser la primera potencia económica del mundo. Veremos si ello le vale para poder corregir el grave reto que tan duramente le ha golpeado en el último siglo.
