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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Benditos los que trabajan por la paz

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

La paz es uno de los mayores anhelos de la humanidad. Los cristianos sabemos que la paz es un don de Dios, que se nos ofrece en Cristo Jesús, ‘el príncipe de la paz’. La paz es fruto de la reconciliación y comunión con Dios, que genera reconciliación, unión, solidaridad y colaboración entre los hombres, los pueblos y las naciones. Por la paz hemos rezado el primer día del año, Jornada Mundial por la Paz. Porque la paz es un don de Dios y, a la vez, tarea de todos.

En el mensaje para esta Jornada el Papa, Benedicto XVI, nos ha ofrecido una breve encíclica sobre la paz, cuya lectura y estudio recomiendo. El Papa toma como punto de partida las palabras de Jesucristo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). No se trata de una recomendación moral que tenga una promesa futura en la vida eterna; es, más bien, una buena noticia que culmina en el cumplimiento de una promesa ya en esta vida, dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia, la libertad y el amor.

La paz no es una utopía; la paz es posible. Ahora bien: La paz presupone siempre un humanismo abierto a la trascendencia. Es fruto del don recíproco, gracias al don que brota de Dios, y que permite vivir con los demás y para los demás. Por ello hay que superar las antropologías y éticas subjetivistas y pragmáticas, que buscan sólo el poder o el beneficio, en las que los medios se convierten en fines, y la cultura y la educación se centran únicamente en los instrumentos, en la tecnología y la eficiencia. Hay que desmantelar además la dictadura del relativismo moral y la ideología de una moral totalmente autónoma, que “cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios”.

Toda persona y toda comunidad –religiosa, civil, educativa y cultural– están llamadas a trabajar por la paz, que es principalmente la realización del bien común de todas las diversas sociedades. Trabajan por la paz quienes aman, defienden y promueven la vida desde su concepción hasta su muerte natural, o los que defienden la familia natural, basada en la unión estable entre un hombre y una mujer, verdadera comunión de vida y de amor. Cuando la vida familiar es ‘sana’, en ella se viven y experimentan elementos esenciales de la paz, como son la justicia y el amor entre esposos y hermanos, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, la ayuda mutua, la disponibilidad para acoger al otro y para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la pazLa sociedad y el estado no pueden prescindir de este servicio básico de la familia natural en la construcción de la paz, sino que la deben proteger y promover sus derechos propios. Construir el bien de la paz pide además un nuevo modelo de desarrollo y de economía. No se puede seguir postulando sólo el provecho y el consumo, ni el individualismo egoísta, o valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a la competitividad. Porque “el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa: un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don”. Seamos constructores de la paz.

Con mi afecto y bendición,