Pau Ferrando. Professor d’Història i Geografia. Regidor de Compromís a l’Ajuntament de Benicàssim i Diputat Provincial de Promoció Econòmica i Relacions Internacionals.
Decía Mahatma Gandhi que "la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que ellos tratan a sus animales". Tengo que confesar que a lo largo de mi vida, en mi moralidad y en mi conducta política siempre he sido más de David Ben Gurión que de Mahatma Gandhi. Me gusta más la acción que la reflexión. Pero en esto no puedo estar más de acuerdo.
A los diez años fui acompañante de dama en las fiestas de mi pueblo, lo que implicaba asistir a todos los actos festivos en la localidad. No me gustó la experiencia y decidí no volver jamás. Benicàssim nunca ha sido, a diferencia de otros, un pueblo eminentemente taurino. Pero nunca han faltado estos festejos, ni en septiembre ni en enero. Y el dinero que se gasta en esta actividad es elevado. Mi abuelo fue alcalde de la localidad, la única manifestación y amenazas que sufrió en su vida fue el año que decidió recortar el presupuesto en toros, pues el anterior corporación (AP) le había dejado una deuda considerable y pensó, en su sano juicio, que por un día menos de festejos no se iba a acabar el mundo. Obviamente los manifestados fueron pocos, con nombres y apellidos, pero beligerantes y ruidosos. La "tradición" no se toca.
Una situación similar vivió hace dos años el alcalde de Villores, pero los "bullies" no fueron vecinos, sino asociaciones externas al municipio y el "periódico decano", que jamás había llevado en portada antes a alguien de esta localidad. Todo un hito local. Iván Guimerà fue mucho más práctico e inteligente que mi abuelo. Primero convocó una consulta "Bou no, Bou si" y, después, se mostró magnánimo: el toro para quién lo trabaja. Cero voluntarios taurinos. Asunto zanjado. Yo siempre he pensado que en Benicàssim una consulta de ese tipo acabaría con la tradición, de un plumazo. Vivimos en una sociedad mucho mejor que la que creemos.
Y es que las tradiciones no son más que repetir una y otra vez la misma acción, y darle un background más o menos socialmente edulcorado y económicamente justificable. Ya sea maltratando animales, comiendo algún alimento en gran cantidad o paseando muñecos de madera policromada. Puede ser aceptable, durante un tiempo, pero las generaciones pasan y las sociedades cambian. Si la tradición se convierte en identidad tenemos un problema, pues faltaría a la única máxima de la existencia humana: y es que todo tiene su fin. Las identidades basadas en costumbres son propias de los tratados de etnología del siglo XIX, y estas ya se volvieron peligrosas en su día. Hoy, en el siglo XXI son, además, rancias.
Por supuesto la sociedad valenciana ya hace tiempo que ha emprendido el camino europeo de respetar a los animales. Pocos serian capaces de maltratarlos, y cada día somos más los que queremos una sociedad sana, que los proteja y que no considere que un espectáculo que se basa en su maltrato y su muerte sea digno de ser subvencionado por una entidad pública. Todavía queda camino por recorrer y no va a ser fácil. A muchos les va el negocio (y la identidad de pandereta en ello), pues no tienen otra. La gente que se niega al cambio y justifica la barbarie en términos de tradición o, a veces, incluso en términos económicos a ojímetro. La mayoría de los "espectáculos" no son más que otra línea más de economía cautiva, y sus estructuras, puro clientelismo. Considerarlos, como pretende la derecha, un arte al nivel del teatro, la danza, el cine, la literatura o la pintura, ya es un insulto no solo hacia el mundo del arte, sino hacía la sociedad española en general.
Y en ese nivel entiendo a VOX y al Partido popular, no tienen modelo de estado, tampoco de sociedad, ya embisten con lo que pueden. Ya tanto les da. Ahora bien, lo de algunos miembros del PSOE es denigrante, está claro que el progreso no va con ellos. Falta de crítica, falta de valentía. Y como decía Indira Gandhi: El poder de cuestionar es la base de todo progreso humano. Namasté.