Rafa Cerdá Torres. Abogado.
Como si un pase de la película de idéntico título se tratara, la ciudadanía ha tenido durante el día de hoy, la oportunidad de asistir al inicio de un nuevo reinado. Felipe VI ya es el nuevo monarca, y como tal ocupa la más alta magistratura del Estado, ocupando una Jefatura que si bien se encuentra desprovista de poderes y funciones ejecutivas, posee una gran capacidad de influencia y de liderazgo. Juan Carlos I cede paso a un todavía joven soberano, renunciando al Trono que ocupó los últimos 38 años largos. La abdicación del anciano Borbón ha supuesto un impecable funcionamiento del engranaje constitucional. Su sucesor accede al Trono revestido de una doble legitimidad: por un lado la histórica que imprime la Dinastía a la que pertenece, y por otro la política, al ajustarse el cambio en la Jefatura del Estado a los preceptos de una Constitución reguladora de un Estado de Derecho plenamente democrático. Las Cortes Generales han proclamado al nuevo Rey Felipe con el abrumador apoyo de sus integrantes, por mucho que opciones republicanas (totalmente legítimas) hayan tenido una resonancia muy aguda estas últimas jornadas como consecuencia del trámite parlamentario de la Ley Orgánica que convalidaba la abdicación de Juan Carlos I.
Tras contemplar las distintas ceremonias que se han sucedido desde ayer por la tarde, (rúbrica del rey Juan Carlos de la Ley Orgánica de su abdicación, el fajín puesto por el ya rey padre a Felipe VI como nuevo Capitán General, la proclamación como soberano por las Cortes Generales) condensaría todas ellas en una única expresión: Impulso. Una inusitada fuerza se desprendía de algunos de los párrafos del primer Discurso que el nuevo Rey ha dirigido esta mañana. Dentro de la habitual espumosa oratoria cuajada de buenas intenciones y efusivas proclamas, Felipe VI ha incidido en varias realidades; la Monarquía es una institución útil si consolida una posición neutral al margen del juego político al tiempo que se erige como una cauce de las aspiraciones ciudadanas, dentro de un constante esfuerzo de escucha y apertura a todas las sensibilidades sociales, encarnando los valores de libertad, convivencia y pluralismo.
El reinado que se inicia supone una Monarquía renovada en tiempos nuevos, un gigantesco toque de atención a los parlamentarios respecto a los anhelos de reforma que se perciben en amplios sectores de la población. La crisis económica ha dejado en la cuneta a millones de personas, sobre todo jóvenes, que han visto rota hasta su dignidad, y por ello la recuperación económica debe situarse sobre fundamentos de equidad y no de especulación financiera. El Rey llama a defender un marco de convivencia flexible, pero no sometido a los vaivenes coyunturales de la contienda política y de sentimientos de exclusión, su alusión a un país donde quepan todas las formas de sentirse español dibuja una gran apertura al tiempo que una adecuada defensa de la unidad del país.
El Rey Felipe ha definido la Institución que él encarna como un necesario espejo de transparencia en la gestión de la Casa Real, y de un escrupuloso comportamiento de sus integrantes. Sólo la ejemplaridad de la Familia Real generará la confianza de los ciudadanos hacia su Rey, soporte básico para la continuidad del régimen monárquico, un rechazo explícito a los Urdangarines y Corinas de turno. Y sobre todo, el Rey llama a sentirse orgullosos de nuestro país, dueño de una Historia milenaria con tanta proyección en Occidente.
Además de un gran soplo de aire fresco, las primeras manifestaciones del nuevo Rey suponen una invitación a impulsar todo lo bueno que España abandera. Queda por ver si el reinado que hoy comienza se queda a un nivel de buenas palabras y pocos hechos, aunque yo tenga unas grandes expectativas de la nueva etapa que se abre. Considero que Felipe VI merece una oportunidad, no lo tiene nada fácil. Sólo con la ejemplaridad en sus conductas y comportamientos, la transparencia en sus actividades y la cercanía permanente con la ciudadanía, intenciones esgrimidas en su primer discurso como Rey, Felipe VI podrá impulsar la construcción de la España del siglo XXI.