Daniel Bernat. Graduado en Derecho y Especialista en series.
Los años pasan, y sigo sorprendiéndome. No ya por obras de ficción que me hagan levantarme del asiento, sino por algo más cotidiano y mundano: cómo la gente reacciona ante determinados eventos, como se podría considerar la serie a la que le voy a dedicar unas líneas, “El Juego del Calamar”.
El pasado 17 de septiembre, hace ya más de un mes, llegaba a Netflix esta nueva producción que nadie vio llegar; ni siquiera desde la compañía. En una semana en la que mi atención estaba puesta ese viernes en una de las mejores ficciones que alberga el servicio streaming ("Sex Education"), el estreno coreano irrumpía sin ningún tipo de fanfarria previa a su lanzamiento, y desde la empresa no eran conscientes de la que se les venía encima. Es más, en una práctica habitual dentro del mundillo, como es la de dar a la prensa un pase anticipado de los contenidos en cuestión, el mero hecho de preguntar por “El Juego del Calamar” era como hablarle a la pared, al contrario de lo que pasa con la mayoría de series o películas que desarrolla Netflix, que sí te dan acceso. Nadie esperaba que se convirtiera en fenómeno mundial, pero ha terminado trascendiendo a niveles de lo más variopintos.
Ya seas un espectador curtido, o un simple suscriptor de la plataforma que quiere pasar un rato entretenido delante de su pantalla, rara es la semana en la que no te cruces con alguien que te la mencione, encima, en sitios de lo más inesperados. El impacto global es tal, que, por ejemplo, no me extrañaría en absoluto que en la festividad de Halloween, triunfaran las indumentarias con las que visten algunos de los personajes que vemos en la serie. Y es normal, porque es buena.
La premisa es sencilla. A cierto tipo de personas, normalmente gente con deudas, de clase baja, o con diversas necesidades, se les acerca alguien ofreciéndoles participar en un torneo que les harán ricos. El desarrollo del mismo consiste en una serie de pruebas, basadas en juegos infantiles, algunos propios de Corea del Sur, otros que nos sonarán más, y hay, como en este tipo de prácticas, vencedores y derrotados. El principal problema es que, si pierdes, mueres. A medida que van falleciendo los participantes, el bote que se llevará el ganador se va incrementando, estableciendo una cifra que podríamos llamarla el valor de una vida. Cuando solo quede uno en pie, el trofeo será una cantidad exorbitante, evidentemente.
La ficción tiene en estas pruebas sus momentos álgidos. Hay momentos entre un juego y otro que son de lo más interesantes, pero realmente el espectador se engancha cuando comienzan a participar en los retos que les van proponiendo desde la organización. Hay muchas cuestiones morales, éticas y sociales que la serie maneja de maravilla, y la crítica a la brecha entre clases de la sociedad coreana está muy bien reflejada. Y claro, las preguntas de si nosotros seríamos capaces de seguir adelante y qué haríamos en ciertos momentos que nos relatan, están todo el rato sobrevolándonos mientras observamos los acontecimientos.
Es tal el fenómeno que ha pasado a ser una de las series más vistas de la plataforma en toda su historia. Y cuando algo es tan relevante, trasciende. Torneos en Twitch, peticiones de remakes, gente deseando la segunda entrega (muy fan del creador, que, preguntado por eso, dijo que solo de pensarlo le daba pereza) y, también, están los niños.
Evidentemente, “El Juego del Calamar” no es una serie para niños; pero tampoco lo son la mayoría. La variedad de muertes que vemos en cuestión de diez episodios desde luego que no es para que nuestros pequeños la vean. Y, en consecuencia, comienza a criticarse al producto. El problema no es que la serie despliegue violencia en cada capítulo que pasa, sino en cómo los adultos, los supuestos responsables de preocuparse qué ven sus hijos, gestionan su consumo televisivo, lo que abre un melón en el que no voy a entrar. Quiero pensar que cualquier padre o madre que se informe medianamente de cuál es el argumento de la ficción, o que incluso la vea, no le dirá a su hijo o hija que tiene que verla. Si ya hay polémica con esto, miedo me da pensar qué harían los niños cuando, investigando en el catálogo de Netflix, se toparan con “Espartaco: Sangre y Arena”, por citar un ejemplo; me da la sensación de que se quedaría corto lo que pasa con “El Juego del Calamar”.
En la vida, muchas de las cosas que nos rodean son peligrosas o, al menos, debemos ir con cuidado cuando las manejamos. Un cuchillo puede servir para cortar el pan, pero también puede ser un arma. ¿Les decimos a los niños que no corten su comida con cuchillos, o les enseñamos a usarlos adecuadamente? Hay series para todos los públicos, pero las hay que no deberían ser vistas por menores de edad; no veo a nadie montando en cólera por “Élite”, también de Netflix, y española además, que no es ejemplo de absolutamente nada, y seguramente vean muchos menores también. El fondo de la cuestión radica en qué uso damos a aquello que tenemos a nuestro alcance. El debate no debería girar en torno a si “El Juego del Calamar” es violeta o no debería ser vista, sino en cómo se está educando a la juventud de hoy en día. Ya puestos, ya que ahora la gente está tan preocupada por tanta violencia en la televisión, sin salir de Netflix, voy a citar algunas ficciones para que aquellos tan consternados con el tema puedan saltarse (y los que tengáis curiosidad, pues les deis una oportunidad): “The Witcher”, “Ash vs Evil Dead”, "Alice in Borderland”, “You”, “La Casa de Papel”, “Misa de Medianoche”, "Hijos de la Anarquía”… Que luego no se diga que no estoy aquí para ayudar.