Enrique Domínguez. Economista
La verdad es que cuando se habla de una posible subida del salario mínimo interprofesional (SMI) hay un aluvión de comentarios en todos los medios, incluidas las redes sociales; y hay una protesta, casi existencial, de aquellas empresas para las que una subida hace peligrar su vida.
Hace pocos días, el anuncio de la ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, que hasta ahora no quería oír hablar de una subida en el SMI este año, de que accede a hablar de ello a partir de septiembre, ha originado ríos de tinta, palabras más o menos fuertes o frases en las redes de personas, generalmente tan bien educadas, que podrían optar al nobel de la concordia.
Es cierto que existen demasiadas empresas que parecen depender de un coste bajo de la mano de obra, que sus márgenes están al límite y que parece que la variable sobre la que mejor pueden actuar es sobre el trabajo; incidir sobre el precio de las materias primas que adquieren, a través por ejemplo de centrales de compra, o tratar de reducir sus costes energéticos vía firmas más competitivas o reducir el peso de sus impuestos, vía presión ante los políticos para que entiendan su situación, es mucho más complicado.
Actuar sobre el precio del trabajo, vía contratos temporales, con horas extra a precios libres, con trabajadores sin información sobre los riesgos laborales o sin la formación necesaria, es una vía de escape. Y soy plenamente consciente que este problema, que no es de ahora, la pandemia ha acentuado mucho.
Y hay empresas, demasiadas en mi opinión, que actúan así porque, quizás, no tienen otra alternativa; y ocurre en sectores que se dicen de futuro: hostelería, restauración y turismo, actividad comercial, agricultura y diversas actividades industriales. Y posiblemente no tengan otra manera de poder seguir adelante, esperando que un gobierno les disminuya los impuestos y ello les permita seguir mal viviendo un poco más, pensando que la bajada de impuestos va a propiciar enseguida un aumento del consumo de sus productos o servicios y, por ende, de su actividad.
Pero muchas de esas empresas siguen actuando como siempre lo han hecho, sin hacer caso a los cambios que se producen en el mercado, en su sector. Y habría que recordar que, según muchos expertos, más de la mitad de los empleos en los próximos cinco o diez años, aún no existen. Y no se descubren a partir de firmas en las que lo importante es pagar poco al empleado o al trabajador, empresas que, al escuchar hablar de la subida del SMI, palidecen.
Pero, qué curioso; cuando se dice que España apenas invierte en investigación el 1,3% de su Producto Interior Bruto (PIB) o que lo que se invierte en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) es bastante menos de lo necesario, o que muchos investigadores cobran muy poco, incluso por
debajo de ese salario mínimo, o han de marcharse a otros países, la repercusión mediática y empresarial es mínima, de tercera o cuarta página; y casi nada en las redes, salvo algunas muy específicas. Y nos quedamos tan anchos.
Por supuesto que la posible subida del SMI puede afectar negativamente a un grupo de empresas (demasiadas, diría yo); por supuesto que habría que ver cómo actuar ante esas firmas, tal vez ayudándolas a mejorar su cualificación, su formación y, por tanto, su valor añadido, o a bien morir.
Pero, me pregunto, ¿es un futuro prometedor el de una provincia, autonomía o país con un peso relevante en determinados sectores de empresas que tiemblan al oír hablar de una subida del SMI? ¿es un futuro prometedor el de un país en el que importa a pocos la escasa inversión en lo que depende su futuro?
Tenemos un grave problema como país si nos preocupamos mucho en ayudar a las firmas que tienen problemas por los costes de la mano de obra (acentuados por la pandemia, repito) y nos interesamos poco por las que innovan y que van a ser el nicho de los empleos futuros; y a corto plazo.
¿Son empresas de futuro en restauración, hostelería y turismo aquellas en las que prima el bajo coste de la mano de obra, la falta de calidad en el trabajo, la escasa formación de los empleados, los contratos temporales? ¿Son empresas comerciales de futuro aquellas en las que es más importante el bajo coste de la mano de obra que la calidad en la atención al cliente y en el servicio, los precios y la coordinación intrasectorial?
En la provincia y en la actividad citrícola (aunque el sector, y sobre todo los agricultores, tiene otros graves problemas), la proliferación para su recolección de una mano de obra barata cuya formación no es la más adecuada, la mínima modificación de las técnicas de recogida de la fruta en el campo, el nulo peso del agricultor sobre el precio de venta del fruto y su mínima organización sectorial, ¿ayuda a que sea una actividad de futuro o, más bien, al contrario?
Hay muchos problemas, hay demasiadas empresas que, por desgracia, dependen sobremanera del precio de la mano de obra, pero es primordial pensar si debemos seguir así: Si pensamos que sí o que es muy difícil cambiarlo, tenemos el futuro muy negro, funesto. ¿Y usted qué opina
































