En los meses de verano, muchos disfrutarán de vacaciones; unos días en que se dispone de mucho tiempo libre. Se puede dejar que pase o aprovecharlo de forma enriquecedora. Son días privilegiados para el descanso físico y psíquico. También nuestro espíritu pide descansar para renovarse.
Las vacaciones ofrecen una gran oportunidad para la reflexión y para encontrarse consigo mismo. Las ocupaciones a lo largo del año dejan poco espacio para detenerse, reflexionar y cuidar nuestro interior. Muchas personas, llevadas por el ambiente y la publicidad, puedan absorbidas por expectativas, que no surgen de sí mismas ni elevan a una vida más humana, noble y digna. El estilo de vida que se propone aparta de lo esencial e impide descubrir y cultivar lo que somos y podemos llegar a ser; no nos deja llegar a ser nosotros mismos, bloquea el desarrollo libre y pleno de nuestro ser desde la verdad, el bien y la belleza.
El hombre contemporáneo parece cada vez más indiferente a ‘lo importante’ de la vida, a las grandes cuestiones de la existencia. Poco a poco se va convirtiendo en un ser superficial e individualista, cerrado en sí mismo y movido por la moda y el sentimiento del momento. Los grandes objetivos y los ideales pertenecerían al pasado.
Lo importante sería tener, pasárselo bien y vivir el momento presente.
Surge así un ser humano perfectamente adaptado a los patrones de vida impuestos desde fuera, pero incapaz de enfrentarse a su propia existencia desde su libertad responsable; un ‘hombre pasivo’ que sigue dócilmente un plan de vida que le trazan otros; un individuo productor, consumidor, espectador y esclavo de las redes sociales. La vida se va vaciando de su verdadero contenido. El individuo se queda sin horizonte, sin metas, sin referencias, sin vida interior, sin Dios y sin más allá. Pero este tipo de ser humano se siente insatisfecho y vacío interiormente. Es un ser sin rumbo, que corre el riesgo de perder hasta el gusto mismo de vivir; surge la amargura, el aislamiento y la falta de esperanza.
Los días de vacaciones ofrecen una oportunidad preciosa para mirar a nuestro interior, para reflexionar y buscar respuestas a los grandes interrogantes de la existencia humana: quién soy, de dónde vengo y hacia dónde camino, y para qué estoy en esta vida. Para ello es necesario propiciar momentos de silencio interior, de reflexión y de oración. Es ahí donde uno se encuentra consigo mismo y llega a percibir la voz de Dios, capaz de orientar la vida. Nuestro corazón está inquieto y no descansa hasta que descubre a Dios y descansa en Él. Todos buscamos la felicidad. Pero esta no se puede conseguir si no se va a la fuente de donde mana, que no es otra sino Dios mismo.