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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Orar por las vocaciones

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

En este IV Domingo de Pascua, en el que recordamos que Jesús es el Buen Pastor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de las Vocaciones Nativas, bajo el lema: “Deja tu huella, sé testigo”. Es la invitación del papa Francisco a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia: que no tuvieran miedo de dejar su huella en la vida de aquellos con los que se encuentran. Creados por el amor de Dios y para el amor, todos estamos llamados a dejar en este mundo un testimonio de vida que hable del amor de Dios.

Jesús es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, para que tengan vida en abundancia. Él quiere llegar a todos y nos dice: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Él llama a sus discípulos a seguirle y ponerse manos a la obra. Lo primero que hace antes de llamarles, es orar: pasa la noche a solas, orando y escuchando la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12).

Después de orar, Jesús, llama a algunos pescadores a orillas del lago de Galilea, para hacerlos “pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Les muestra su misión con numerosos signos, los educa y prepara para ser los continuadores de su obra de salvación; y, antes de ser elevado al cielo, los envía a todo el mundo con el mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19). La llamada, que Jesús les hace, implica dejar sus planes y ocupaciones para seguirle, vivir con él y caminar con él. Jesús les enseña a entregar como él su vida a Dios y a los demás, para que la misericordia de Dios llegue a todos, en especial a los más pobres y necesitados.

Jesús sigue llamando hoy a jóvenes para compartir su vida y su misión en el sacerdocio y en la vida consagrada. Un buen comienzo para descubrir la propia vocación es ser consciente de todo lo recibido de Dios y de los demás. Así es fácil intuir que pueden transformarse en dones para compartir y para dejar huella de vida en otros. Para ello es preciso un “éxodo”, un salir del propio yo y de la comodidad para centrar la propia existencia en Jesucristo y en los demás. Quien emprende el camino de la acogida de la llamada de Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. La raíz profunda de todo esto es el amor.

En nuestro tiempo, la llamada del Señor puede quedar silenciada por una cultura centrada y cerrada en el yo, que dificulta o impide la apertura al otro, a los demás y a Dios. Oremos, pues, al ‘Dueño de la mies’ para que nuestros jóvenes no tengan miedo a salir de sí mismos, a ponerse en camino hacia Dios y hacia los hermanos para dejar su huella siendo testigos del Amor de Dios; esto llenará su vida de alegría y de sentido.