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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Agricultura sostenible vs agricultura sostenida

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Doménec Nàcher. Secretario técnico de Asaja Castellón.

¿Qué agricultura deseamos tener en nuestra Unión Europea? Esta debería ser la primera cuestión, la que antecede incluso a otras como: ¿Qué papel tienen nuestros agricultores y ganaderos? ¿Qué gestión deben hacer nuestros profesionales del campo con los recursos naturales? O incluso esta otra: ¿La producción de alimentos sanos, de calidad y a buen precio, son compatibles con la política aperturista de mercados a países terceros que no cumplen estos tres preceptos por igual?

La Política Agraria Común está cerrando sus últimos flecos de cara al periodo 2014-2020, la cuestión primordial parece ser el reparto de las ayudas económicas. Y aquí viene la confusión: pese se hable mucho de la agricultura sostenible y de la necesidad de potenciarla, tan sólo se hace desde un punto de vista medioambiental y se aborda muy poco desde su besante económica.

La agricultura es ante todo una actividad empresarial y como tal debería ser sostenible, entendiendo sostenible como sinónimo de viabilidad económica. Sin embargo, este debate parece confundirse entre los laberínticos pasillos de la Comisión de Agricultura en Bruselas y ni que decir tiene que en el seno de los acristalados despachos del Parlamento. Lo peor de todo esto es que esta patológica idea ha tenido un efecto contagioso muy pronunciado, salpicando incluso nuestro propio sentido como sector primario. Y es que nuestros agentes comerciales y operadores del sector de la agroalimentación (incluyendo en este saco algunas de nuestras cooperativas) no les ha temblado el pulso a la hora de dejar sin precio la producción adquirida en campo y dejar con cara de tonto a sus proveedores que nos son otros que sus agricultores y ganaderos.

En el otro extremo, un consumidor ajeno a cuanto impone este precepto asentado peligrosamente en los cimientos de nuestro sector, llega a pagar unas cantidades económicas por sus alimentos que, aun siendo precios muy asequibles para su bolsillo, suponen para el sector productor, apenas el 7% de lo abonado en un lineal (vamos ni el IVA) pues es lo que aspira, con suerte, a cobrar de lo que se reparte la extensa y acomodada cadena agroalimentaria. Todo ello ante la supuesta pasividad de algunos Estados miembros más preocupados en cómo sacar más dinero de la PAC aportando lo menos posible en la financiación de la misma y justificar, de este modo, su aparente ceguera ante tal atropello.

Y es que hoy por hoy, la Comisión y el propio Parlamento parecen asentar la PAC en el subsidio y no en la competitividad. ¿Cómo recibir ayuda económica por ser agricultor sin que exista la obligación a producir, ni a comercializar? ¿Qué sentimiento de competitividad puede despertar esta política que actúa como un analgésico que te va adormeciendo poco a poco? ¿Si se desea un sector competitivo, la Comisión no debería primar las ayudas a la inversión y al I+D? Y la Comisión de la competencia, ¿No debería velar por que no se produzcan atropellos ni desequilibrios en la cadena, ni en el propio mercado?

La primera pregunta debería ser: ¿Qué tipo de agricultura deseamos para nuestra Unión Europea? Y de esta pasar a la siguiente: ¿Qué tipo de profesionales y estructuras productivas y comerciales precisamos para ello? Y una vez aclaradas, desde aquí, siendo files a las respuestas, diseñemos la PAC.