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martes, 4 de marzo de 2025 | Última actualización: 22:59

Peregrinando hacia la Pascua

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El próximo miércoles iniciamos la cuaresma. Dios nos concede un año más un tiempo de gracia para prepararnos con corazón reconciliado y renovado a la celebración gozosa de la Pascua del Señor. Este año Jubilar lo hacemos como peregrinos de la Esperanza. La muerte y resurrección de Jesucristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. La muerte no fue para Jesús la última palabra sobre su vida. La palabra definitiva la pronunció su Padre Dios, resucitándole a la vida gloriosa y eterna junto a Él. Y esa es también nuestra promesa, la Esperanza que no defrauda, porque nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios, manifestado y ofrecido en Jesús (cf. Rm 8,35.37-39.

La Pascua no es un acontecimiento del pasado sino que permanece siempre actual por la fuerza del Espíritu Santo. A los bautizados, la cuaresma nos llama a recordar y reavivar nuestro bautismo, por el que fuimos incorporados a la muerte y resurrección de Jesús, renacimos a la vida nueva de los Hijos de Dios y fuimos incorporados a su familia, la Iglesia. La cuaresma es un tiempo propicio para renovar la fe y la esperanza y para dejar que se avive nuestro amor a Dios y a los hermanos por la oración, el ayuno y las obras de caridad. Así nos prepararemos para la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia pascual.

“Convertíos  y creed en el Evangelio” (Mc  1,15), nos dice Jesús al inicio de la peregrinación cuaresmal. Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para ello hemos de escuchar de nuevo y acoger con fe confiada la buena Noticia: Jesucristo, muerto y resucitado, es nuestra Esperanza. En Jesús, Dios nos ama a cada uno y nos ofrece su amor personal e infinito para que, creyendo en Él, tengamos Vida plena, eterna y feliz. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se entregó hasta la muerte por amor a cada uno de nosotros. Cristo está vivo y nos ofrece su vida, su amistad y su salvación. Él nos indica el camino para alcanzar la felicidad que anhelamos y la salvación que buscamos. Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo. Quien escucha su voz entrará en la tierra prometida, en el gozo del Paraíso. Puede, que, por la dureza de nuestro corazón, nos resistamos a Dios y nos cerremos a su voz y a su amor. Volvamos la mirada y el corazón a Dios, dejémonos encontrar por su amor misericordioso y vivamos en adhesión amorosa a Dios y a sus mandamientos, y así el amor al prójimo y a toda la creación. No nos cansemos de orar, porque nadie se salva sin Dios. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia, porque Dios no se cansa de perdonar. Y no nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo.