Bien entrados en el siglo XXI es muy difícil comprender que una novela comience con el nacimiento el mismo día y a la misma hora de la hija legítima de un rico burgués gallego y la hija ilegítima del mismo burgués con la guardesa de su pazo. Por añadidura, y aprovechando la confusión de la noche, la guardesa intercambia las dos niñas para asegurar a su hija una mejor vida. Tras semejante arranque siguen cerca de 500 páginas de trances a los dos lados del Atlántico, muy propios de los folletines del siglo XIX o incluso antes. Como también lo es el título de la obra, "Las hijas de la criada" de Sonsoles Onega, premio Planeta de 2023, el mejor pagado del mundo con un millón de euros para el ganador y 200.000 euros para el finalista.
Por desgracia, la suculenta asignación no va pareja con la habitual categoría de los ganadores, aunque bien es cierto que en sus 52 años de vida una buena serie de nuestras glorias literarias -Cela, Vargas Llosa, Marsé,Moix, Gala, Dragó, Mendoza, Posteguillo- se han apuntado a intentar prestigiar el premio que sigue adoleciendo de un exceso de comercialización y un gran déficit de búsqueda de calidad y descubrimiento de nuevos valores.
Esta noble función quedó reservada al premio Nadal de ediciones Destino que desde 1944 y con una asignación mucho más modesta -30.000 euros y 6.000 para el finalista- consagró a autores como Laforet, Delibes, Luis Romero, Ferlosio, Martin Gaite, Arrabal entre otros. En 1996 el señor Lara compró a Destino la marca Nadal con lo que el premio cambió significativamente de signo.
La editorial Planeta debe estar sin duda muy satisfecha con su publicación bandera ya que desde un punto de vista estrictamente comercial debe funcionar como un cohete y el 1.2 millones de euros son recuperados con creces solo en el mercado hispanohablante. El prestigio es otro asunto y éste no se consigue solo a base de altas asignaciones crematísticas sino de componer un tribunal seleccionador riguroso que apunte prioritariamente a escoger los textos de mayor calidad y los autores que puedan ser reconocidos a nivel mundial transcendiendo en el tiempo.
Todos los países del mundo, al menos los del hemisferio norte, tienen sus premios literarios. Como botón de muestra baste mencionar el premio Goncourt, creado en 1902 con una asignación de 50 francos franceses (unas 5 pesetas de entonces) y reajustado hoy a 10 euros. Una suma simbólica. Pero con la garantía de una edición inmediata, traducción a los idiomas principales y el reconocimiento mundial del autor que asienta su carrera literaria. Proust, Malraux, Simone de Beauvoir, Modiano, Houllebeq son algunos de los famosísimos premiados.
Otro tanto cabría decir del premio Pulitzer creado en 1917 con una cobertura de diversos campos culturales que en el literario asignó la nada abultada cifra de 10.000 $ lo que no impidió atraer a escritores de la talla de Faulkner, Hemingway, Harper Lee, Pearl S. Buck, Thornton Wilder, Michener, Cheever lo más granado de la literatura estadounidense.
No es mi intención empeñarme en criticar a la señora Onega. Es persona de gran mérito que ha triunfado en el campo del periodismo -en que tiene en su padre un gran mentor- y en literatura en que es autora de best sellers. Bastante la han vapuleado los críticos profesionales que con sus insultos viscerales no han hecho sino aumentar su popularidad. Tiene mérito llenar medio millar de páginas aunque sean plagadas de tópicos y sin mayor inspiración. Mi tirón de orejas va para el premio Planeta que, al paso que vamos, pronto laureará a Elisabet Benavent, Imma Rubiales, Mikel Santiago o Fermina Cañaveras.