Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Nuestras Cofradías y Hermandades de Semana Santa volverán a celebrar la tradicional procesión anual diocesana, después de dos años sin poder hacerlo a causa de la pandemia. Será el domingo, 3 de abril, V de Cuaresma, en l’Alcora. Cercanos los días santos de la Semana Santa, la procesión diocesana es una expresión pública de nuestra fe común en Cristo Jesús, muerto y resucitado para la Vida del mundo, y de nuestra pertenencia a la gran familia de la Iglesia diocesana.
Las procesiones, las Cofradías y las Hermandades de Semana Santa son ante todo una realidad cristiana y eclesial. En su centro y raíz está Jesucristo, Redentor único de todos los hombres, que vive y está presente en su Iglesia. Él es la única roca firme sobre la que se ha de edificar cualquier expresión o realidad eclesial. Sin la fe viva en Jesucristo, muerto y resucitado, y sin la Iglesia, presencia suya en la historia y en el presente, no tendrían razón de ser; se quedarían en lo superficial, en lo estético y costumbrista, pero les faltaría lo fundamental, su razón de ser y su fuente. La procesión diocesana es expresión de la rica piedad popular de nuestro pueblo cristiano en torno a los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.
Es cierto que la piedad popular puede derivar hacia lo irracional y quizás también quedarse en lo externo. Sin embargo, excluirla es completamente erróneo. A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres y mujeres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de nuestra Iglesia y de nuestro pueblo. La fe se ha hecho carne y sangre, se ha encarnado. La piedad popular tiene siempre que purificarse y apuntar al centro; pero merece todo nuestro aprecio y hace que todos nosotros nos integremos plenamente en el “Pueblo de Dios”. La piedad popular ha aportado y ha de seguir aportando mucho a la vida y misión evangelizadora de la Iglesia en nuestros pueblos y ciudades. Pero, si no se cuida con esmero su identidad cristiana y eclesial, se pueden producir desviaciones que oscurecen su razón de ser y su auténtica contribución a la vida espiritual de la comunidad eclesial.
Las procesiones de Semana Santa no son en modo alguno un mero hecho cultural, ni un medio para promover el llamado ‘turismo religioso’. Reducidas a esto sería su propia muerte. Tampoco se les puede vaciar de su contenido y sentido más genuino, sustituyéndolas por sentimientos estéticos, por valores culturales o por otros aspectos ajenos a la fe cristiana, a su experiencia o a su proclamación de fe cristiana genuina y eclesial.