Tras los resultados del 28M el Presidente del Gobierno -en quien recae la decisión de mantener o modificar las fechas electorales- tenia dos opciones: agotar la legislatura o adelantar la fecha de las generales.
Aunque solo fuera por llevar la contraria al líder de la oposición que desde su acceso al frente del PP había estado insistiendo en el adelanto electoral, lo más lógico es que Sánchez hubiera mantenido las fechas procurando reordenar sus fuerzas en el medio año que le quedaba de mandato.
La experiencia le dictaba, sin embargo, que los resultados de las elecciones municipales marcaban siempre lo que iba a ocurrir en las nacionales y aquellas, como las autonómicas, habían sido inconfundibles: la izquierda lo tenia todo perdido si las elecciones se celebraban en diciembre, con un PSOE desmoralizado, con todos sus aliados -excepto Bildu- a la baja, con los barones y sus miles de asesores que pasaban automáticamente al paro, enfrentados con su líder al que consideraban responsable de sus cuitas, la situación pintaba cada vez peor conforme pasaban las semanas. Porque, por añadidura, la oposición tenía tiempo para capitalizar su sonado éxito y ganar aun más terreno conforme pasaban los días.
Ante tal situación Sánchez apenas lo pensó dos veces: de perdidos al río, elecciones el 23 de julio, en plena canícula de verano. Todos de vacaciones, incluso la izquierda. Una operación de alto riesgo pero quizá menor que ir descomponiéndose en los cinco meses restantes.
A fin de cuentas el 28M indicaba que la derecha solo le había vencido por menos de un millón de votos y esa distancia le parecía recuperable. Si en julio conseguía aumentar la participación del 64% conocida en Mayo -proeza harto difícil en el verano español- igual conseguía reproducir el equipo Frankenstein y seguir mandando otros cuatro años. DIficil pero no imposible. Un envite de poker nada serio pero casi la única alternativa. A fin de cuentas los etarras, los separatistas y los comunistas con nadie estarán tan cómodos como con Sánchez.
La izquierda jugará también con la baza que ha venido enarbolando -sin éxito-durante los últimos meses: el espantajo de la ultraderecha. Como ya lo dijo Iglesias en el pasado: alerta antifascista, ahora recalificada como ola reaccionaria procedente de la extrema derecha (Vox) y de la derecha extrema (PP), con lo que, en el espectro político conjunto, el PSOE quedaba convertido en una derecha moderada. Una vez más la izquierda iba a jugar a la superioridad moral de sus filas, un juego en el que por cierto la derecha se mueve con torpeza.
Vox es un partido perfectamente constitucional, infinitamente más que todos y cada uno de los aliados del PSOE, incluido el sanchismo. Y esto es algo que reconocen incluso los socialdemócratas de siempre. A fin de cuentas fue uno de ellos -Rubalcaba- quien les calificó de una vez por todas con el muy acertado mote de Frankenstein.
Pero el PP se sonroja cuando tiene que pactar con Vox, cosa que irremediablemente va a tener que hacer en Valencia, en Baleares, en Aragón y en Extremadura. Lo ocurrido en Cantabria es aun más significativo: Revilla se abstendrá para que el PP pueda gobernar sin tener que pactar con Vox. Y en Extremadura donde Vara había superado al PP pero no a la coalicion PP-Vox, se le está pidiendo que haga otro tanto.
Es posible que para evitar efectos perniciosos con miras a julio, no se formen los gobiernos autonómicos hasta después del 23J pero pronto o tarde habrá que pactar y hacerlo sin complejos, como se hizo en Castilla y León, sin que se hundiera el mundo.
Por el momento, en la reunion de ayer de Sánchez con los diputados y senadores del PSOE, el presidente ha calificado de injusto el resultado del 28M que es algo así como cuestionar la decisión popular e insultar a quienes votaron a la derecha. El sanchismo se ha convertido en un sucedáneo de Podemos. Era sonrojante ver el entusiasmo con que aquel puñado de parlamentarios aplaudía desesperadamente los dislates de su muy cuestionable líder. Los aplausos de la Ministra de Hacienda fueron todo un poema digno de análisis. Sacaba los meñiques con el gesto cursi de quienes antaño lo hacían al sujetar la taza de café. Inenarrable, no se lo pierdan.