Felicito al equipo nacional femenino por su muy merecido triunfo contra Inglaterra que le ha valido la Copa Mundial de fútbol disputada en Australia. El entusiasmo despertado en el país ha sido casi tan grande como el que logró el equipo masculino en Sudáfrica en 2010. El gol de Olga Carmona será recordado durante años como lo es el de Andrés Iniesta.
Y sin embargo, la colosal victoria de nuestras chicas está viéndose empañada por un beso; el que el presidente de la Federación de nuestro fútbol, Luis Rubiales, propinó a la capitana Jeny Hermoso. Las consecuencias de aquel beso y la actuación en conjunto de Rubiales durante la final australiana, aun colean y han opacado la gesta de nuestras deportistas que, a medio y largo plazo cambiará el destino del fútbol femenino hoy situado muy en segunda línea del masculino que genera 8.500 millones de euros frente a los escasos 500 millones de las mujeres.
Mi interés por el fútbol femenino es muy semejante al que tengo por el masculino y se sitúa muy cerca de cero, pero lo que está ocurriendo con Rubiales trasciende al mundo del deporte y tiene un alcance global.
Lo del beso es lo de menos. Ni siquiera es seguro si no fue pactado y después jaleado con entusiasmo por una deportista que se vio felicitada nada menos que por el presidente del fútbol español. Pero es que la actitud de Rubiales en Australia fue indecente: desde el descontrol en la tribuna de la FIFA junto a nuestra Reina y nuestra infanta, manoseando sus genitales, el zarandeo a todas las campeonas, hasta llegar al famoso piquito, lo raro no es que este personaje no haya aun dimitido sino que tal gañán alcanzara hace cinco años la presidencia del fútbol, un cargo diez veces mejor pagado que el presidente del gobierno. Y no es que para alcanzar semejante cargo haya que ser Beau Brummell pero al menos habría que exigírsele un cierto nivel de modales y un mínimo de educación. A menos que el candidato sea vástago de un alcalde socialista.
Todo lo que está ocurriendo desde la victoria en Australia -los aplausos de los dos entrenadores de los equipos masculino y femenino, las cambiantes actitudes de la Hermoso y de todo el equipo femenino, las declaraciones de los políticos, la huelga de hambre de la madre de Rubiales- forman ya parte del folklore nacional y parecen estar montados para que otros asuntos de muchísima más envergadura queden ensombrecidos.
Tales como el intento de sabotaje de la vuelta ciclista a España, la victoria de otras deportistas, la formación de grupos parlamentarios de partidos separatistas gracias a la cesión de escaños por parte del PSOE con aviesas intenciones para la formación de gobierno, la negociación entre Sánchez y Puigdemont para acordar no ya el indulto sino la amnistía para los secesionistas (antes rebeldes o golpistas).
En especial ha quedado opacada la misma victoria del equipo de fútbol femenino, un triunfo que probablemente no vuelva a darse en décadas y que cambiará el curso del deporte femenino no solo en fútbol sino en otras competiciones y también en la actividad económica y social de la mujer en España.
Y todavía más importante: parece que aquí nos hemos olvidado de que acabamos de celebrar unas elecciones, que tenemos un gobierno en funciones, que la nueva presidenta de las Cortes -la calamitosa ex presidenta balear- ha concedido todo un mes al ganador Señor Núñez Feijóo, encargado por el Rey de formar gobierno. Y uno se pregunta, ¿por qué tanto tiempo? Y sabiendo cómo se las gasta la señora Armengol y sus amigos, dudo mucho que lo hiciera para dar facilidades al PP en su búsqueda de los cuatro diputados necesarios, sino más bien por apoyar a Sánchez en su complicada negociación para conseguir los 55 indispensables para alcanzar su mayoría absoluta.
Pero Rubiales lo vale.