Rosario Royo. Regidora d'Igualtat a l'Ajuntament de Vila-real.
El pasado 25 de noviembre, por todas las ciudades españolas se organizaron actos contra la violencia de género. En muchas poblaciones, se eligió leer la lista de los nombres de las 39 víctimas relacionadas en ese momento, a la que, por desgracia, tenemos que seguir anotando nombres; las dos últimas, de 25 y 30 años. Eso nos lleva a preguntarnos: ¿sobre qué valores están fundamentadas nuestras relaciones personales?
De la publicación de Elena Duque Aprendiendo para el amor o para la violencia. Las relaciones en la discoteca, extraigo una idea que me parece importante para la reflexión. “Nos encontramos con que la violencia contra las mujeres se da no sólo en parejas o exparejas sino también en relaciones esporádicas o “citas”, en universidades, institutos o discotecas”.
Erradicar esta situación implica atacar la violencia de género desde su origen, trabajando desde la prevención, una idea que recoge la Ley integral contra la violencia de género, la primera de Europa que de forma integral abarca desde cómo garantizar los derechos de las víctimas hasta el trabajo sobre aspectos educativos o de salud, entre otros. En esta tarea preventiva, adquieren especial relevancia los procesos de socialización y la educación afectiva y sexual. La violencia de género está intrínsecamente ligada a nuestro imaginario social sobre el amor, los modelos amorosos y los modelos de atractivo, a cómo nos hemos socializado y nos socializamos continuamente en ellos. La socialización, aquello que interiorizamos como normalizado, es un proceso que realizamos a través de las interacciones que establecemos. La cultura, el contexto, en el que estamos inmersos nos transmite en ocasiones un concepto de amor ligado al sufrimiento; como dice el refrán, “quien bien te quiere te hará sufrir”. Mientras que explícitamente se nos enseña que violencia y amor son dos conceptos opuestos, al mismo tiempo se nos transmite que el corazón y la razón van por distintos caminos y que no siempre lo que nos conviene es lo que deseamos. Por otra parte, los medios de comunicación, las revistas y sobre todo las interacciones con otras personas nos muestran y nos refuerzan determinados modelos de atractivo. Todo ello va configurando nuestro imaginario sobre las relaciones afectivas y sexuales y sobre modelos de atractivo, de acuerdo a los cuales luego se puede actuar y escoger las relaciones que se establezcan.
Prevenir la violencia de género, por tanto, pasa por contribuir a una socialización de nuestro concepto de amor, de los modelos amorosos que consideramos deseables -además de convenientes- y de los modelos femeninos y masculinos que consideramos atractivos. El feminismo tiene aquí un papel esencial, su lucha por la erradicación de la violencia de género se ha centrado en numerosas ocasiones en el rechazo hacia un modelo de masculinidad hegemónica que se mostraba tradicionalmente como atractivo y se presentaba en determinados modelos amorosos y de relación. Nuevos planteamientos feministas reafirman en esta postura y, a la vez, incorporan la necesidad de revisar críticamente los presupuestos culturales sobre los que se construyen los modelos amorosos, rechazan la inversión de roles como solución a la violencia contra las mujeres y apuestan por la solidaridad femenina como vía de superación de las desigualdades de género y erradicación de la violencia.
Por lo expuesto anteriormente, creo que tenemos una responsabilidad y llevar las campañas de prevención a los jóvenes, para ayudarles a huir de las relaciones tóxicas, aquellas que no les ayuden a crecer en armonía.