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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:17

Rey desde la Cruz

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

Este domingo, en la Iglesia católica celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús mismo se declara Rey ante Pilatos en el juicio a que le sometió cuando se lo entregaron con la acusación de haber usurpado el título de ‘rey de los Judíos’. “Tu lo dices, yo soy rey”, contesta Jesús a Pilatos; “pero mi reino no es de este mundo”, le aclara (Jn 18 36-37). En efecto, el reino de Jesús nada tiene que ver con los reinos de este mundo. No busca poder ni pretende imponer su autoridad por la fuerza; no se apoya en ejércitos tradicionales, ni en la propaganda o en la compra de voluntades. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a servir y entregar su vida para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y de la muerte, para reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación entera.

Jesús es Rey porque ha venido a este mundo para “ser testigo de la verdad y todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, dice Jesús (Jn 18, 37). La verdad que Cristo vino a testimoniar al mundo es que Dios es Amor. Jesús nos descubre la verdad más profunda del ser humano, del mundo y de la historia: la verdad de Dios para nosotros y la verdad de nosotros para Dios. Jesús nos muestra que venimos de Dios y de su amor, y que nuestro destino es la vida plena y eterna en su Amor. Sólo Dios es capaz de llenar nuestro deseo amar y nuestra necesidad de ser amados, nuestro anhelo de felicidad y nuestra búsqueda de plenitud. Jesús nos descubre la verdad más honda y universal de todo ser humano; quienes la escuchan con buena voluntad, la acogen con fe y lo siguen.

Jesús dio pleno testimonio de esta verdad con el sacrificio de su vida en el Calvario. Jesús, el Hijo de Dios, se ofrece como expiación por el pecado del mundo, vence el dominio del ‘príncipe de este mundo’ e instaura definitivamente el reino de Dios. Desde ese momento, la Cruz se transforma en fuerza de Salvación, en árbol de la Vida, en fuente del Amor, en motor del perdón y de la reconciliación. Este reino ya presente se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y, por último, la muerte sean sometidos a Dios.

Cristo Jesús reina desde el madero de la Cruz, dando su vida, sirviendo, perdonando, reconciliando, amando a los hombres hasta el extremo. En la Cruz reconocemos el amor sin límites de Dios por los hombres. La Cruz es la señal clara de un amor que lo transforma todo y da sentido a todo; es el Sí definitivo e irrevocable de Dios al hombre. Por ello, la Cruz es un signo sagrado para los cristianos. Cristo Rey se ofrece a todos como la Verdad que hace libres, como la Esperanza que no defrauda, como el Amor sin límites que todo lo renueva, y como la Vida plena y sin fin.