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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 20:36

Semana Santa

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

Semana Santa es la semana central de la Iglesia. En ella celebramos los misterios centrales de la fe cristiana: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Ese año su celebración será distinta a causa de la pandemia del Covid-19. No habrá procesiones en la vía pública y los actos deberán tener lugar en el interior de los templos. Pero estas restricciones no impedirán celebrar la Semana Santa.

El Domingo de Ramos es el pórtico de la semana y la síntesis anticipada del Triduo pascual, que va desde tarde del Jueves santo hasta la tarde del Domingo de Pascua. La Vigilia pascual es el centro y la cima a la que todo conduce. Es la prueba definitiva del amor de Dios a la humanidad. Cristo, que se ofrece en sacrificio en la cruz para redimirnos del pecado y destruir la muerte, resucita a una nueva Vida.

Amar, morir y resucitar son los tres movimientos del Triduo: el amor de Jueves santo, -Jesús, anticipando su entrega en la cruz, instituye la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor-, la muerte del Viernes santo y la resurrección en la Vigilia pascual. Estos tres verbos expresan también las realidades más decisivas en la vida de todo hombre y mujer.

Todo ser humano es creado para amar y para ser amado. Está sediento de amor. Es feliz, cuando lo da y cuando lo recibe. Pero amar de verdad, amar como Jesús nos amó, no es fácil. Este amor implica donación gratuita y olvido de sí, servicio y humildad, perdón y reconciliación. Amar conlleva tratar como hermano a todo hombre y mujer y estar dispuesto a compartir la propia vida.

Morir es entregar la vida a Dios por amor filial. ¡Qué difícil es morir! ¡Qué terrible una muerte sin sentido y sin respuesta, una muerte sin Dios, sin fe y esperanza en Dios! ¡Qué cruel sería una muerte sin victoria! No es fácil aprender a morir. A la luz de la muerte en Dios, deberíamos dar hondura y sabor a nuestro existir. Hemos de luchar por la vida ajena y propia; es un don de Dios. Pero somos mortales.

Resucitar es la respuesta de Dios-Padre a la muerte entregada de su Hijo-Hombre: una respuesta de triunfo, de gloria, de alegría. Jesús vence el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la muerte. Su triunfo es el nuestro. Cristo muere y resucita por todos: para que todos tengamos Vida y Esperanza.