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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

Semana Santa

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Hoy comienza la Semana Santa, la semana más importante del año para todo cristiano y para toda la comunidad cristiana. Es ‘santa’ porque ha sido santificada por la pasión, muerte y resurrección del Señor, que celebramos estos días. Estos acontecimientos son la prueba definitiva del amor de Dios a los hombres, manifestado en la entrega total de su Hijo Jesús hasta la muerte en la Cruz para el perdón de nuestros pecados y para hacernos partícipes de la Vida misma de Dios.

El Domingo de Ramos es un día de gloria por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y un día, a la vez, en el que la liturgia nos anuncia ya su pasión y muerte. La palma del triunfo y la cruz de la pasión no son una paradoja. Son, más bien, el centro del misterio que creemos, proclamamos y actualizamos en la Semana Santa. Jesús se entrega voluntariamente a la pasión, afronta libremente por amor la muerte en la cruz, y en su muerte triunfa la vida. “Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

Los días siguientes conducen hasta el Triduo Pascual: desde el Jueves Santo al Domingo de Resurrección. El Jueves Santo se centra en el amor; Jesús celebra la cena pascual con sus discípulos y anticipando su entrega por amor en la cruz, instituye la Eucaristía, sacramento y manantial permanente de su amor, del que brota el mandamiento del amor fraterno, el mandamiento nuevo de Jesús a sus discípulos. El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz, la expresión suprema del amor entregado hasta el final. Y, después del silencio del Sábado, llega la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua de resurrección, día de triunfo, de acción de gracias y de alegría.

El Triduo Pascual culmina en la Vigilia Pascual, la cima a la que todo conduce y la celebración litúrgica más importante del año. La Resurrección de Jesús es la respuesta del Padre Dios a la muerte entregada de su Hijo: es su respuesta a su entrega hasta la muerte. Jesús vence el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora
ante la muerte. Su triunfo es nuestro triunfo.

También nosotros somos destinatarios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Jesús Nazareno padece y muere por nosotros y por nuestros pecados: y resucitando, vence la muerte y nos abre el camino a la vida eterna, a la Vida misma de Dios, fuente y motor de vida y fraternidad.