Escribo estas líneas poco después de que el Villarreal haya hecho el ridículo en Mallorca, como lo hiciera en Elche, o contra el Rayo, o cuando Setién cogió las riendas en octubre, también contra el equipo balear, que, en dos partidos en esta temporada, le ha metido seis goles a los amarillos. No sé cuándo se publicará esto, y si se habrá tomado alguna decisión al respecto de la figura del entrenador; pero, para escribir esto, voy a suponer que no es el caso, y que Quique Setién sigue al frente del equipo.
El Villarreal es un alma en pena. Ha tenido dos momentos de lucidez desde que el cántabro está en el banquillo: ante el Valencia el día de la vuelta al estadio, tras meses de obra; y contra el Real Madrid, en el encuentro liguero. Cogió a un conjunto ché que está en pleno proceso de descomposición, y a los merengues en la pájara que tienen todas las temporadas, que les suele durar unos quince días, como mucho un mes. El resto de conjuntos a los que se ha enfrentado el Villarreal, o le han ganado, o los amarillos han sudado sangre para sumar puntos (salieron vivos de milagro de Vigo, y contra el Girona ganaron en el descuento eterno, con dos penaltis que le dio la gana pitar al colegiado, pero que normalmente no suelen señalarse).
Este equipo ha perdido todo atisbo de competitividad. De unos meses hacia aquí, es un club carente de personalidad, que funciona por impulsos y destellos puntuales de calidad, y no son muchos. Setién ha destrozado todo lo que construyó Emery; bueno, más bien aquello que el propio técnico vasco montó y demolió, cuando decidió que era buena idea marcharse a mitad de temporada a la Premier, y dejarnos tirados. Porque esto es un hecho: Unai Emery es historia de este club, y siempre le recordaremos por ser el entrenador que nos convirtió en campeones de un título, y encima europeo. Pero lo cortés no quita lo valiente, y ha sido un impresentable, largándose, cuando toda la plantilla y el proyecto se preparó alrededor de su figura, y el que llegara de nuevas siempre se iba a encontrar un equipo hecho a imagen del de Hondarribia.
Setién era un señor jubilado, que se dedicaba a cuidar vacas y al que se la traía floja el fútbol. Alguien decidió que era buena idea recuperarlo de su retiro, y traerle al redil de nuevo. Lo que pasa es que, en la cabeza de ese alguien, todo eso era espectacular, pero la vida tiene la costumbre de abrirte los ojos a una realidad que no siempre es la que quieres aceptar. Igual otro entrenador hubiera tenido también problemas al encontrarse en pleno apogeo de partidos entre octubre y noviembre, con un Villarreal que tampoco con Emery iba de maravilla, pero que tenía los suficientes automatismos como para salir indemne hasta el parón previo al Mundial; no obstante, creo que hubiese sido capaz de enderezar el rumbo. Pero el cántabro, desde el principio decidió, nuevamente en un alarde de genialidad, que lo mejor era hacer borrón y cuenta nueva, y empezar a implantar sus métodos a una plantilla que estaba acostumbrada a hacer las cosas de una manera, y a la que se le dijo entonces que todo eso ya no valía, y que había que volver a hacer fútbol de salón. Unos jugadores que también tienen buena parte de culpa en todo esto, ojo.
El quid de la cuestión radica en que, del fútbol de salón que el técnico se imaginaba que saldría, al que tuvimos en ese momento y tenemos ahora, va un trecho; usaré un ejemplo: él quería conseguir el salón del Ritz, y hemos acabado con el salón de un hotel abandonado de carretera, habitado por vagabundos, ratas, y demás alimañas. ¿Es él el único responsable? Por supuesto que no. Miro directamente a la directiva que, cuando lo hace bien, merece el reconocimiento, pero cuando lo hace mal, es de recibo señalarlo e indicar que no ha sido la mejor idea que han tenido en todos estos años.
El Villarreal está a días de cumplir cien años, y creo que el sentir general es que nadie tiene ganas de fiesta. De lo que podía haber sido una temporada con ilusión por obtener otro título europeo como es la Conference, y de intentar pelear los puestos Champions, a pasar a mirar hacia abajo, y a rezar para llegar a los cuarenta y tantos puntos cuanto antes. El Villarreal es un cadáver, y me ha quitado las ganas de verle cada semana. Me cuesta decirlo, pero me causa ya indiferencia, porque, tras todos estos años, no me apetece disgustarme por el fútbol. Soy del Villarreal, lo seguiré siendo, pero este equipo, ahora mismo, no me representa. Y creo que no soy el único desencantado con el Villarreal desde octubre.
Aún están a tiempo de enmendar su error. Soy consciente de que los tiempos no son los mejores a nivel económico, pero, honestamente, creo que es mejor sacrificar algo ahora, traer a alguien verdaderamente capacitado para, no ya entrar en Champions, ni quizá en Europa (por supuesto, olvidémonos de pelear en la Conference), sino, simplemente, de ofrecer un espectáculo digno, y lograr la permanencia lo más pronto posible, para plantear mejor la próxima campaña, y, ahí sí, empezar de cero. El mejor escenario con Setién es salvarse, porque ya no te da tiempo a llegar a nada más. Pero que siga es arriesgarse a que eso no se materialice, y te veas abocado a pelear por no descender, y traer de nuevo fantasmas del pasado.
Así que, desde aquí, pido a la directiva del Villarreal que, por favor, recapacite. Esto es insostenible. Y estoy bastante cansado de que, algo que debería hacerme desconectar de mi semana, se convierta en una tortura garantizada jornada tras jornada. Basta ya.
Setién debe irse
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